"Para llegar a la verdad, hay que darte cuenta de que estabas equivocado" . (Foto: Getty Images/iStockphoto)
"Para llegar a la verdad, hay que darte cuenta de que estabas equivocado" . (Foto: Getty Images/iStockphoto)

Las son adversarias de la verdad, la brevedad y la simplicidad con excelencia (esos manjares de la inteligencia). Ellas son encarnizadas oponentes de la humilde y trabajosa observación, así como depósitos turbios llenos de adjetivos y deducciones. Ellas, alejadas de la realidad, refutan las serias e inductivas verdades de cada tiempo, negando, verticalmente, sus búsquedas y evitando sus laboriosas construcciones, mejorías, estudios, rectificaciones y superaciones, siempre constantes y permanentes en un mundo de personas libres, creativas e innovadoras.

Las ideologías sobran; no hay tiempo para ellas. Debe infundirse su desprecio, persuadiéndose en favor de los sentidos de urgencia y necesidad, y convenciéndose, ampliamente, de que son el sentido común y la educación, constantes y permanentemente aplicados, los arduos pero verdaderos caminos a seguir.

Las ideologías, compañeras infatigables de la fatal arrogancia, son apariencias de saber. Desdeñemos su respaldo y sus consiguientes pérdidas de tiempo y recursos. Refutémoslas como desperdicios frente al laborioso y humilde estudio de los hechos y hagámosle caso a M.J. Gibson cuando dice “cuando una se incomoda, suceden los milagros”.

“¿Cómo podemos contar la verdad?” le preguntaron a Antonio Escohotado y él respondió: “Estudiando. La condición para contar la verdad es llegar a ella. Para llegar a la verdad, hay que darte cuenta de que estabas equivocado (…). La verdad hay que buscarla y buscarla humildemente porque el mero acercarse a la cosa me va borrando a mí”. Y agregó que “la ideología es creer antes de ver”, acotando que “la verdad nunca es una idea fija. La fijeza es una característica de la ideología, no de la verdad”.

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