Las declaraciones de la legisladora de Fuerza Popular y la conducta del joven de Magdalena, fueron blanco de cuestionamientos.
Las declaraciones de la legisladora de Fuerza Popular y la conducta del joven de Magdalena, fueron blanco de cuestionamientos.

“Cada uno es dueño de su silencio y esclavo de sus palabras”, dice el refrán. Este, en el caso de la legisladora (Fuerza Popular), cuando se refirió a la designación del expremier como representante del Perú ante la OEA y dijo que “debió ir a Bolivia como moqueguano, como persona de rasgos así, andinos”, cobró mayor fuerza.

La postura de la expresidenta del Congreso motivó la reacción de la senadora boliviana María Oporto, quien rechazó esas palabras y demandó una sanción penal.

En otro escenario, Arón Cotrina Gómez (23) insultó a serenos de Magdalena que solo le llamaron la atención porque caminaba sin mascarilla. “Mi papá pagará la multa”, dijo.

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Hieren, incomodan, perturban. Así suenan las frases discriminatorias y racistas. Desde la conquista se marcó la cancha con esa idea de que la “jerarquización” social le otorga a unos más derechos que otros. ¿Por qué el peruano, que tiene de inga y de mandinga (esa mixtura producto del cruce de sangre, razas, desde hace siglos), es racista?

Raúl Castro, decano de Comunicación y Publicidad de la Universidad Científica del Sur, esboza una respuesta. “Se atreve porque es el sistema de relacionamiento social en el que nació, creció y se desarrolló. En la vida cotidiana del ciudadano peruano, como en la de buena parte de Latinoamérica, la jerarquización social es una práctica recurrente, en tanto es un modo de mapear socialmente al interlocutor”.

Para el también antropólogo, el comentario de la legisladora Chávez sobre el expremier Zeballos se inserta en el sistema de posicionamiento social mencionado. “Para ella, un ciudadano mestizo con acento serrano debe estar en la jerarquía correspondiente: con similares de la sierra sur, es decir, en Bolivia”, señala.

“Para muchos peruanos, lamentablemente, entrar en contacto social y cultural con sociedades y culturas indígenas, con lenguas e historias distintas a las europeas, sigue siendo una exposición a un supuesto descenso social. Afortunadamente, ese tipo de pensamiento está en proceso de mengua”, subraya.

En la colonia y en la república, por ejemplo, el capataz o el caporal eran más racistas que el amo o patrón. “Se entiende esa función pues ellos eran los guardianes del orden social. Debían en ese tiempo utilizar la violencia para cualquier intento de búsqueda de la igualdad de condiciones ante la ley. Pues, hasta legalmente, no había esa igualdad. El tributo indígena así como la esclavitud recién se eliminan a mediados del siglo XIX”, añade.

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Castro sugiere pautas para superar el racismo. Entre ellos, apuntalar el sistema escolar y universitario, donde el docente sea el agente de cambio. “Tenemos que habilitar cursos de antropología, sociología, comunicación y educación ciudadana en los que se muestre que la diversidad es más bien un mapa de riquezas y no un barómetro de jerarquías”, dice.

En el corto plazo, incide, “trazar un mapa de salud mental en el que se considere la discriminación como una condición a tratar”.

EL INICIO DEL CAMBIO

Sobre los casos mencionados, Natalia Inga, psicóloga especialista del Centro de Desarrollo Humano Zueh, sostiene que una conducta racista “muchas veces esconde los prejuicios que las personas guardamos en el interior”.

¿Basta una disculpa para perdonar una agresión de este tipo?, preguntamos. “No, no solo se trata de disculparnos, se trata de entender y comprender que la conducta racista realizada transgrede el respeto hacia la otra persona y lo afecta psicológicamente. Esta acción nos debe llevar a reflexionar sobre el valor que le estamos dando al ser humano y qué queremos para nuestro Perú”, responde.

¿Dónde empieza el cambio? “En uno mismo. No es necesario pertenecer a un movimiento antirracista para iniciar este cambio. Más bien, actuemos con respeto y empatía hacia las otras personas”, finaliza.

Datos

“El racismo es una conducta humana generada cuando uno considera inferior a otro por distintas características. Desde la psicología se considera como un constructo social, a través del cual la persona clasifica a un grupo en función de características fenotípicas (físicas), experiencias y valoraciones”, dice la psicóloga Natalia Inga.

Señala que la familia juega un rol importante. “Uno no nace siendo racista, sino que lo aprendemos de nuestro entorno y experiencias, pero si desde casa enseñamos a tener respeto hacia el otro y que la diversidad nos enriquece, habremos ganado parte de la batalla”, añade.

No hay que quedarse callado. Inga señala que lo mejor es decirlo. Recordó que nuestros derechos terminan donde empiezan los de los demás. “Dejemos de vernos como seres individuales y comencemos a vernos como sociedad”.

Señala que las agresiones racistas generan baja autoestima, pobre autoconcepto, vergüenza, impotencia, desesperanza, desconfianza en uno mismo y esto puede llevar a conductas autodestructivas.

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