Eunice, de 56 años, visitaba a diario a su madre, Olivie, de 81, internada por problemas cardíacos en un hospital de . Pero desde que el centro médico entró en confinamiento en marzo con el avance de la , madre e hija sustituyeron los abrazos por visitas con un vidrio de por medio.

Los 46 pacientes del hospital Premier, en un barrio de clase media, se encuentran en el grupo de riesgo, y fue este factor que impulsó al centro médico a adoptar un confinamiento total el 25 de marzo, un día después de que el estado iniciara su cuarentena parcial.

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"Un empleado puede salir, pero al volver necesita pasar por una fase de aislamiento", cuenta Ruan Oliveira, el asesor de comunicación del hospital que, voluntariamente decidió adherirse al confinamiento.

"Entendí que mi papel aquí como comunicador es el de registrar lo que ocurre", cuenta el joven de 26 años, que dice haber superado las extrañezas de los primeros días y haberse ya acostumbrado "a dormir y despertar en el trabajo".

La rutina en el Premier no es muy diferente a la de antes de la cuarentena, cuenta Olivie Schleier.

"Fue más difícil al comienzo, pero ya conseguimos salir al solarium, conversamos, jugamos juegos de mesa, no teníamos todas las actividades de antes, pero para ser sincera, aquí se está muy bien", dice, animada, Schleier, que este jueves recibe a su hija Eunice y a su nieto Alexandre a través del vidrio en el que los pacientes y sus familiares colocan sus manos en una búsqueda de contacto físico.

La ventana del cuarto de Schleier da hacia la calle y por allí muchas veces Eunice, la mayor de los tres hermanos, la "visita" también, aunque "informalmente". (AFP)
La ventana del cuarto de Schleier da hacia la calle y por allí muchas veces Eunice, la mayor de los tres hermanos, la "visita" también, aunque "informalmente". (AFP)

VISITAS AGENDADAS

Eunice y Alexandre, de pie en la acera, llevan máscaras. La proximidad entre madre e hija es tal que cuando acercan sus rostros, es posible ignorar que hay un vidrio.

"Siempre fui muy cercana a mi madre, la traje a este hospital justamente para verla todos los días. Es difícil, pero me reconforta que esté protegida", cuenta Eunice con la voz embargada de emoción.

Aunque menos de la mitad del personal del hospital adhirió a la cuarentena, "nadie perdió su salario", asegura Ruan Oliveira.

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Un chef voluntariamente tomó las riendas de la cocina y todos colaboran con el funcionamiento de las instalaciones. Algunos empleados sumaron talentos personales y dan clases de yoga y otras actividades físicas. La previsión es continuar el confinamiento hasta el 30 de junio.

Olivie Schleier, descendiente de alemanes, vivió una infancia difícil en un Brasil marcado por la postguerra. "Esta no es la primera crisis que vivo", dice evocando memorias pasadas. "Creo que tenemos que llevarlo con serenidad", aconseja esta mujer menuda de sonrisa constante.

La ventana del cuarto de Schleier da hacia la calle y por allí muchas veces Eunice, la mayor de los tres hermanos, la "visita" también, aunque "informalmente".

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Schleier dice esperar que la “nueva normalidad” sea más humana: “Me siento frente a la ventana, veo pasar los helicópteros y pienso que el hombre conquistó tantas cosas pero no consigue ser humilde, ser bueno. Quien sabe si en adelante se respetará más a las empleadas, al trabajador, a quien recoge la basura. Son ellos que están en la lucha”.

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