(Bloomberg)
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El ascenso de Joe Biden no solo ha significado la transferencia de poder en Estados Unidos, sino un cambio radical de actitud. El mensaje oficial ahora suena constructivo y dialogante, alejado del tono ególatra y los adjetivos destructivos que definían a Trump, como si hablar más rápido y a gritos le diese la razón.

Pero no solo hay un cambio discursivo. En menos de 24 horas, luego de tomar juramento, Biden anunció que Estados Unidos regresará al Acuerdo de París y revisará todas las medidas impuestas por su antecesor que han debilitado la protección del ambiente y puesto en riesgo, sobre todo, a los países más vulnerables, como el nuestro. Esta decisión es central porque sin Estados Unidos a bordo es casi imposible hacer frente a una emergencia climática que no sabe de fronteras. También anunció que su país regresará a la OMS y que la ciencia, no el esoterismo o el dogma, será donde busquen respuestas a la pandemia. Además, firmó un decreto para constituir el nuevo equipo COVID y para que el uso de mascarillas sea la regla.

A la par, eliminó la prohibición de viajes que recaía sobre países con mayorías islámicas que, mediante un falso argumento de seguridad, era abiertamente discriminatoria e injustificada. En esa misma línea, ha reforzado la protección a los “soñadores”, inmigrantes que llegaron de niños.

No pasaron ni 24 horas y el mundo ya está un poco mejor. Qué importante era que Trump dejara ese cargo para el que no estaba preparado. Estados Unidos primero no puede significar Estados Unidos solo y de espaldas al mundo.

Biden no será la figura soñada. Es parte de la cúpula antigua, pero la política siempre será el arte de lo posible y en este contexto, al lado de su inefable antecesor, Biden trae esperanza y sensatez. Esto es muy positivo para América Latina, en especial para Perú, donde Estados Unidos sigue manteniendo una innegable influencia política y cultural.

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