(GEC)
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Incierto. Tanto que para no pocos las elecciones generales de 2021 no están cien por ciento aseguradas, dependiendo de muchos factores e intereses. Desde los que sospechan que los actuales congresistas llevan bajo la manga la creación de una crisis política, incluida la vacancia presidencial, y sus graves consecuencias. Y así, de facto, postergar las elecciones para abril de 2022.

Impredecible. Ya que nadie sabe con certeza qué va a suceder con el próximo rebrote de la pandemia, en una población ya cansada y aburrida de mantener las restricciones exigidas –ojo, en el verano– por un gobierno que ya no tiene el apoyo de antes. Y lo peor, que el propio Estado se muestra perforado por una corrupción dura de matar, pareciendo haber comprometido hasta al presidente Vizcarra.

Peligroso. Los límites que se empiezan a sentir en la utilización masiva de nuestras reservas y del uso del endeudamiento predicen un futuro económico no esperado. El control del déficit fiscal, el nivel de la inflación y la tasa de cambio, éxitos a los que ya nos habíamos acostumbrado, también son amenazados por los populistas de moda.

En este difícil escenario, la competencia electoral entre un sinfín de siglas se muestra amenazada por el poco tiempo disponible. Ahora más que nunca, salvo pocas excepciones, se percibe la improvisación, la marcha acelerada y los intereses solapados. Es difícil imaginarse la realización de polémicas entre 24 candidatos (10 candidatos en 2016), en las que la sorna y las palabras de doble sentido reemplazarán a los argumentos de las propuestas partidarias.

Así y todo, a pesar de las dificultades, el 11 de abril puede convertirse en el inicio del camino hacia un futuro mejor. Depende de nosotros.

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