(MarioZapata/Perú21)
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Durante décadas, los peruanos nos hemos acostumbrado a ser halagados por los políticos que pretenden ocupar un cargo público. Y, cada vez que los gobernantes son corruptos, los ciudadanos nos victimizamos frente a los perversos que llegaron al poder con nuestro voto para enriquecerse con el tesoro público. Sin embargo, estamos muy lejos de ser las víctimas. En realidad, somos cómplices.

Ante los escándalos de corrupción en el sistema de justicia, surgieron voces que piden un cambio de Constitución. Lamentablemente, aquellas voces corresponden a un gran sector de la población que se niega a entender que el problema del Perú no es político, sino social y cultural. Puesto que no comprendemos que la viveza no se elimina mediante decretos, sino a través de la educación. Y cambiar normas, leyes y constituciones será en vano mientras haya personas que elijan el futuro de sus hijos por un taper con dinero o por un kilo de arroz.

El Perú en el que nos ha tocado vivir no es uno abatido por el terrorismo y la hiperinflación, sino uno sumergido en la hipocresía y la viveza. Porque vivimos en un país donde a los jóvenes se les habla de honestidad, pero en su primer trámite como adultos, tienen que pagar coima para obtener su brevete. Porque vivimos en un país en el que si uno es detenido por la Policía, entrega sus documentos con un billete, pero no se considera corrupto. Porque vivimos en un país en el que hay personas que hacen conexiones clandestinas de agua y de luz, pero no se consideran ladrones. No obstante, la gran mayoría de peruanos sigue pensando que el problema son los políticos y no la sociedad, aun cuando los primeros son el digno reflejo de la segunda.

Bolívar dijo: “Un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción”. ¡Vaya que tenía razón!

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