(Foto: GEC)
(Foto: GEC)

Es inconcebible y realmente ominoso que un país con tantas necesidades sin cubrir, como es el Perú, registre –a nivel nacional– 1,746 obras de infraestructura totalmente paralizadas. Una cifra que solo puede generar estupor y un justificado escándalo.

Y la situación es peor aún. Según la Contraloría, de ese total de obras paralizadas, 120 corresponden a la ya tristemente célebre Reconstrucción con Cambios. Es decir, donde estas eran más urgentes para hacer frente a eventuales fenómenos climáticos, de recurrente incidencia en cada zona, como El Niño costero, que hoy viene devastando el norte del país.

A estas alturas del año, exculpar a las administraciones subnacionales por el cambio de gestión se queda corto. Es un tema de incompetencia, en la que también cae, dicho sea de paso, el gobierno central, que poco o nada hace por vigilar que esas obras se ejecuten cabalmente o, cuando menos, se destraben.

En otra ocasión nos hemos referido ya a lo imperativo que es el acompañamiento técnico a los proyectos de infraestructura por parte del Ejecutivo. Especialmente en aquellos que por su magnitud o carácter estratégico requieren una supervisión permanente de profesionales calificados que en algunos gobiernos regionales es imposible reclutar.

Obviamente la morosidad en la ejecución de estas obras, las demoras, sea por enredos burocráticos, incumplimientos contractuales, observaciones legales o protestas callejeras, se prestan asimismo para que buena parte de los montos transferidos terminen desviados en gastos inútiles o, más expeditivamente, hacia los negociados bajo la mesa y de ahí al bolsillo de los corruptos.

La Contraloría General de la República, por ello, también tendría vela en ese (des)entierro de obras públicas, pues, como sabemos, la línea divisoria entre la ineptitud y la corrupción es asaz delgada. Y si de lo que se trata es de cautelar el buen uso de los fondos del Estado, la tarea caerá por su propio peso. Aquí no hay política que valga, la lenidad en la ejecución de estas obras que tan urgentemente esperan las regiones, distritos y poblados del Perú es algo que debe terminar de inmediato.

El desarrollo nunca llega por inercia. Todo lo contrario, el desarrollo es el fruto del trabajo de autoridades nacionales que se comprometen con el futuro de sus naciones y los ciudadanos que las integran.