El despiste del bus que iba de Trujillo a San Pedro de Lloc este viernes son, nuevamente, un ejemplo de cómo a nuestro país continúa sin importarle la vida de sus ciudadanos, señala la columnista.
El despiste del bus que iba de Trujillo a San Pedro de Lloc este viernes son, nuevamente, un ejemplo de cómo a nuestro país continúa sin importarle la vida de sus ciudadanos, señala la columnista.

Las 13 personas fallecidas en el despiste del bus que iba de Trujillo a San Pedro de Lloc este viernes son, nuevamente, un ejemplo de cómo a nuestro país continúa sin importarle la vida de sus ciudadanos. Todas las personas que han resultado heridas producto de este siniestro son otro ejemplo más de cómo nuestra sociedad continúa mostrándose indolente frente al dolor que trae a las víctimas y a sus familias.

La familia de mi pareja viene de San Pedro de Lloc y de Santiago de Chuco y por ellos es que solemos ir muy seguido a Pacasmayo. De hecho, parte de la pandemia la hemos vivido ahí y hemos cruzado por ese sector de la carretera constantemente. Y cada vez que pasábamos por ahí, comentábamos lo peligroso que era esa entrada y lo peligroso de la curva. No es de sorprender que uno de los varios siniestros que ahí ocurrían haya acabado con la vida de tanta gente. No es justo.

Entre Trujillo y Pacasmayo hay varios óvalos que también se sienten peligrosos. Cuyas curvas son cerradas o no están bien señalizadas. Que al pasar por ellos hueles el riesgo, sientes el peligro. Uno percibe cuando se enfrenta al miedo, se ajusta más al asiento, se toma de la manija, se aprieta el cinturón. Muchísimas personas, todos los días viven en peligro. En peligro de no volver a casa con vida, de no regresar más.

Pasaron varias horas para que esta tragedia resonara en las noticias porque ya todos estamos acostumbrados a los muertos en las pistas. Es tan cotidiano que se vuelve irrelevante. Es tan común que no despierta ni un suspiro. Es tan triste que no nos haga levantar una ceja, que las autoridades no vayan a cada escenario de cada siniestro a reconocer el lugar, a dar el pésame a las familias y a comprometerse a arreglar los errores de diseño que pudieron haberlo causado o siquiera a investigar cuál fue la causa. Esto es porque nos hemos acostumbrado a que así es, que es normal que la gente muera atropellada, que es común que las personas tengan que pasar por recuperaciones largas, tediosas y caras luego de ser víctimas de un siniestro vial.

Yo quiero decirles que no es normal. Que no está bien. Que no lo debemos permitir. Que nadie más debe morir en las pistas, que todos deben poder llegar a casa a abrazar a su familia y a descansar.