¿Acaso algún ministro, alcalde o funcionario ha renunciado alguna vez por reconocerse incapaz de solucionar el problema de las muertes por la violencia vial?, pregunta la columnista. FOTO: RICHARD HIRANO / EL COMERCIO
¿Acaso algún ministro, alcalde o funcionario ha renunciado alguna vez por reconocerse incapaz de solucionar el problema de las muertes por la violencia vial?, pregunta la columnista. FOTO: RICHARD HIRANO / EL COMERCIO

Como toda muerte injusta, la pérdida de Cecilia duele y duele mucho. Pero no solo les duele a su mamá o a su enamorado o al resto de su familia y sus amigos. La muerte de Cecilia también ha dolido mucho en la comunidad de ciclistas, especialmente de quienes somos activistas. Duele por absurda pero también duele por la indolencia con la que tratan el caso las autoridades. Aquellas que liberan al conductor que se dio a la fuga o las que exigen formalidades tontas en medio del trauma o las que callan con un silencio que resuena. Y es que nunca importan los ciclistas muertos ni tampoco los peatones.

Poco llaman la atención las muertes que ocurren en siniestros de tránsito y –como siempre– muchas familias se quedan vacías y con el corazón estrujado. Nos han acostumbrado a que morir en las pistas es un efecto colateral de la modernidad y, como así siempre ha sido y así siempre será, no se implementan políticas para salvar vidas. ¿Acaso algún ministro, alcalde o funcionario ha renunciado alguna vez por reconocerse incapaz de solucionar el problema de las muertes por la violencia vial?

Escribo esto con un nudo en la garganta. El mismo nudo que llevo encima toda la semana y que me hace cuestionar si es que vale la pena seguir haciendo todo esto que hacemos. Me embargan las dudas sobre si dará frutos el promover el uso de los modos activos y no será solo un camino de frustración en el que, además, dejamos muertos o malheridos a compañeros y compañeras que, como Cecilia, son promotores ciclistas, ambientalistas comprometidos y personas con vocación de servicio.

Pero la tristeza, la impotencia y la bronca que genera la pérdida de Cecilia se transforman en un clamor de justicia, en una confirmación de que la lucha no debe parar y que unidos siempre somos más fuertes. Y es que, aunque sintamos que la ciudad cada vez nos agrede más, que nuestras bicicletas estorban y que el riesgo de que nos accidentemos sea altísimo, debemos seguir pedaleando para hacernos visibles, seguir siendo exigentes y gritar en voz alta nuestras demandas. Ya no solo por convicción sino en memoria de Cecilia, para que la pacificación de la ciudad sea su legado.

Empecemos con una acción concreta, la implementación de una ciclovía en la avenida 6 de agosto en Jesús Maria, el lugar exacto donde Ceci nos deja y donde hoy figura una bicicleta blanca en su homenaje. Una calle por donde transitan ciclistas y donde nunca más debería ocurrir una tragedia. Necesitamos hacer realidad #LaCiclovíaDeCecilia para que su muerte no haya sido en vano y su memoria perdure para siempre en las calles de la ciudad que tanto quiso.