UNO: Qué importante ha sido la prudencia fiscal, a la vez producto y columna vertebral del (increíblemente más vapuleado que nunca) “modelo económico” (neoliberal). Si el Perú no hubiera sido macroeconómicamente ortodoxo, como lo ha sido, no tendríamos los fundamentos para enfrentar esta crisis en general; y en particular, para solventar las ayudas sociales indispensables para aliviar a las familias vulnerables cuyo sustento depende de ingresos diarios que la cuarentena ha suspendido masivamente.

DOS: En la orilla contraria, cuán autocomplacientes hemos sido con las limitaciones y taras de nuestra economía política; vale decir, de nuestra gestión estatal. Nuestro sistema de salud pública es insostenible, no solo porque el servicio sea malo “en la línea del frente” (de cara al paciente) sino por su caótica (des)organización sistémica: desintegración entre Minsa y EsSalud, y de ambas con el sector privado etc. El país pide a gritos una reforma integral y radical del sistema de salud hace tiempo. Hubo un esbozo de voluntad política para emprenderla al inicio del gobierno de PPK, pero cualquier intento de reforma devino imposible por la politiquería más baja que ya sabemos en qué terminó.

TRES: Igualmente insostenible es la informalidad estructural de nuestra economía. Convierte en masivamente fallido cualquier avance —o desarrollo—porque lo vuelve la excepción, el privilegio. Condena a la vulnerabilidad a las mayorías ante cualquier contingencia (como ésta) y torna ilegítimo por sostenidamente ineficaz al Estado peruano en el largo plazo. Una convivencia medianamente viable (no digamos plena o feliz siquiera) no puede sustentarse en (o abstraerse de) un semejante fenómeno. Hay que formalizar. Para eso hay que desburocratizar masivamente. Pero también cambiar el chip cultural de “la ley se acata pero no se cumple”.

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