Si hay algo en lo que los seres humanos nos creemos más de lo que somos, es cuando se trata de detectar mentirosos. Mala noticia cuando la honestidad parece tan frecuente como una aguja en un pajar. No importa qué digan los sabuesos supuestamente expertos en las fragancias del embuste, aun los poquísimos —1 de cada 1,000— que tienen buen olfato, ubican a los Pinochos de este mundo 80% de las veces.

¿Narices sonrojadas, miradas inquietas, risas nerviosas, tartamudez, movimientos corporales poco habituales, posturas que contradicen los relatos? Cada vez más investigaciones y la experiencia en aeropuertos, comisarías y juzgados, indican que ninguna de esas expresiones delatan el embuste con más precisión que un cuy en tómbola.

Es que, lo olvidamos con tanta frecuencia, la conducta humana es muy variable. El parpadeo que significa algo en una persona puede significar lo opuesto en otra, o no significar nada en absoluto. En otras palabras, contrariamente a lo que muchos prometen, no hay diccionario del comportamiento.

Es que muchas veces, obsesionados como estamos en el panel de señales que ofrece el rostro y el cuerpo, así como el tono de la voz, olvidamos el entramado de las palabras, lo que las personas dicen. Antes que preguntas tipo examen de ingreso, es mejor usar las que son abiertas: el relato, sus contradicciones, enredos, la dificultad de contar el mismo hecho de varias maneras, mostrar exactitud en cuestiones aparentemente secundarias, el cambio del discurso cuando se lo cuestiona, son datos mucho más importantes aunque, claro, no se someten a un manual de los que tanto nos gustan para resolver problemas. En otras palabras, para decidir si alguien está mintiendo, se necesita más que un interrogador, un excelente conversador.

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