(Getty)
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No solo en la vida política, aunque, dadas las circunstancias, es ese aspecto el que viene a la mente. Muchas sociedades, de las llamadas desarrolladas y también las otras, se encuentran en trances electorales importantes o, sin que asomen elecciones en lo inmediato, atraviesan encrucijadas y dilemas.

Y, más allá de las diferencias, las opciones más destacadas en el menú son las extremas. Cuando muchos pensaban —y lo exponían con soberbia— que había un plato único con modestas variantes, regresan vengativamente recetas que ponen énfasis en identidades locales, tabúes con respecto de estilos de vida, cruzadas monotemáticas obsesivas y pertenencias atávicas.

De nuevo, en medio de la incertidumbre y el temor, nos dicen que hay leyes inviolables que rigen el universo y que si las aplicamos siguiendo a sus profetas, todo va a ir bien; o que voluntades románticas encarnadas en individuos iluminados van a conducir a resplandores pasados.

Quienes vemos, en general, la vida individual y colectiva, el universo, como una mezcla de proyecto y sistema, construcción sin direcciones absolutas, mezcla curiosa de azar y necesidad, campo para el ejercicio de valores contradictorios pero legítimos, dilema sin soluciones absolutas, balance imperfecto entre igualdad y libertad, andamos medio perdidos.

¿Dónde está eso que Isaiah Berlin —un pensador que valdría la pena conocer más— llamó el sentido de la realidad, vale decir, la duda razonable, el escepticismo frente a convicciones totales y héroes inmaculados, la búsqueda de compromisos, el centrismo liberal?, ¿dónde se fue todo eso?


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