El 2020. (Foto: Getty)
El 2020. (Foto: Getty)

En economía, los pronósticos apuntan a que 2020 será algo mejor que este en términos de crecimiento, pero (i) siempre en el contexto de un cierto “estancamiento secular” influido por el contexto externo y la falta de reformas internas; y (ii) otras veces –en 2019– ha ocurrido que las proyecciones no han hecho más que revisarse a la baja conforme avanzaba el año.

En lo político, es clara la desafección ciudadana hacia la elección congresal de enero, y la discusión parece centrarse en si la conformación del próximo y breve Congreso será mejor o peor que la anterior. A nivel individual, en promedio, no creo que sea mejor; pero en el agregado sí, porque el fujimorismo en ningún caso tendrá el volumen ni la oportunidad de ser la maquinaria de demolición política que fue contra PPK, por más que alcance un buen número de curules. Entre tanto, lo previsible es que el Ejecutivo continúe con sus deficiencias de gestión y capital humano, y que eso le vaya pasando factura en términos de aprobación y popularidad.

Ante la medianía de estos escenarios será en la cancha de la justicia –y de la lucha anticorrupción– donde el Perú se la jugará este 2020, porque estamos en un momento de disyuntiva y definición. Las opciones son continuar por el actual camino corajudo pero efectista y no pocas veces abusivo –defectos que irremediablemente se agravarán– o por el contrario corregir y, manteniendo la valentía, agregar una dosis de ponderación, autocrítica y perspectiva. Escoger mejor las batallas. Priorizar objetivos. Que se anuncien acusaciones formales para febrero ¡por fin!, y que no sigan las eternas investigaciones con prisiones preliminares y preventivas parece ser una buena señal. Ojalá aparezcan pronto más.

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