(Foto: Twitter / Keiko Fujimori)
(Foto: Twitter / Keiko Fujimori)

Mi desconfianza respecto a Keiko Fujimori no se agrava porque diga entre lágrimas que indultaría a su papá, sino porque cuando PPK lo indultó, ella misma se encargó de boicotear su liberación para no perder el liderazgo de Fuerza Popular. Kenji Fujimori, al intentar liberar a su padre, también fue echado a la hoguera por su hermana. ¿Qué clase de hija abandona a su padre en la cárcel y busca que su hermano corra el mismo destino?

Los keikistas no se opusieron a la liberación de Alberto por un asunto de principios inquebrantables, legalidad o respeto a las víctimas de los 90, sino para mantener su parcela de poder. La libertad del patriarca era considerada una amenaza al liderazgo de Keiko. Entre otras cosas, la misma bancada fujimorista mandó al archivo un proyecto de ley que buscaba darle prisión domiciliaria al expresidente.

Que el indulto a Fujimori vuelva cada cierto tiempo como bandera política es una falta de respeto al país. No debería estar en agenda salvo que se trate realmente de un asunto humanitario donde la persona se encuentre en riesgo vital. Pero eso no me impide aceptar que es natural y esperable que una hija quiera ver a su padre fuera de la cárcel.

Lo inexplicable es que una hija, sin reparos éticos sobre los delitos cometidos, haya hecho todo lo contrario cuando lo pudo liberar. Es una muestra de frialdad que dice mucho de la forma en la que construye sus relaciones más íntimas y familiares, y de lo que es capaz para mantener el dominio dinástico.

Que ahora Keiko esté a favor de un indulto llega en clave para los fujimoristas de siempre. Necesita consolidar su voto. Pero esta nueva posición muestra su capacidad de cálculo, no de humanidad paterno-filial. ¿Cómo confiar en alguien que prefirió dejar en la cárcel a su padre e intentar enrejar a su hermano para mantener un poco de liderazgo y poder? Hay algo radiactivamente tóxico en todo eso.