La elaboración de mapas fue uno de los logros científicos y culturales más importantes. Por cierto que los hubo absolutamente fantasiosos. No representaban la realidad, sino los prejuicios, deseos e ideologías de quienes los dibujaban.

A partir de un cierto momento, sin embargo, significaron un consenso que iba afinándose a través de exploraciones, logros en el campo de las matemáticas y las técnicas de medición. Se convirtieron en instrumentos de gran importancia para Estados, actores económicos privados y otros emprendimientos, incluyendo los militares.

Usar el mapa significa estudiar la realidad que representa y diseñar una estrategia que permite moverse en ella y actuar sobre ella. La meta puede ser clara, pero llegar a ella requiere esfuerzo, ensayo y error, enriquecimiento, riesgo.

Es algo muy distinto de lo que nos ocurre actualmente cuando usamos algunas de las aplicaciones o plataformas que hacen tan fácil ir de un lugar a otro. No es necesario aprender la realidad, tampoco diseñar estrategias. Basta hacer lo que nos digan, que nuestras acciones se ciñan a las indicaciones.

En otras palabras, aquello que en nuestros días nos exime de sentirnos perdidos, confundidos acerca de donde exactamente nos encontramos –vivencias no siempre agradables pero imprescindibles para el desarrollo de la mente y la madurez– no es una representación de la realidad ni un conocimiento de la misma, sino un manual de instrucciones sobre cómo navegarla. ¡Sin dudas ni murmuraciones! Eso hace toda la diferencia.

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