¿Paleomaternidad? (Getty)
¿Paleomaternidad? (Getty)

¿Es natural, estamos hechos para sintonizar con las señales de nuestras crías e interpretar sus necesidades y deseos?, ¿puede ser que criar un niño sea sentido como una carga? Quizá para llevar adelante la tarea, según lo que se espera de nosotros, solo tengamos que ponernos en contacto con nuestro pasado de cazadores —algo así como la dieta paleo aplicada a la crianza— o, más atrás, con los genes que compartimos con nuestros primos los chimpancés, gorilas y orangutanes. Porque si no lo hacemos, las ramitas que salen de nosotros pueden salir torcidas o lo que, nos dicen, es peor, mal conectadas con el tronco. Sí, eso que se llamaba un vínculo inseguro, ansioso, avergonzado o agresivo.

No nos han faltado recetas en las últimas décadas: partos absolutamente naturales, lactancia libre y sin horario, emular a los canguros —tomar el ejemplo de las mamás andinas—, presencia irrestricta, por ejemplo.
El problema con esa visión, naturalística, por llamarla de alguna manera, es que idealiza un pasado lejano que, para comenzar, probablemente nunca existió. Básicamente porque la cría humana es disfuncional, no sirve para nada, durante mucho tiempo. Por lo tanto, como alguien dijo por ahí, para criarla se necesita, bueno, bastante más que una madre, digamos que por lo menos un equipo, si no una aldea. Ah, el mejor término es cooperativa, sí, la crianza del niño humano es cooperativa. En ese sentido y por más que pueda herir algunas sensibilidades, madre hay más que una, la madre son varias personas al final del día.

Pero uno de los problemas con la maternidad moderna es que pone todo el énfasis en la madre y su bebé. Termina siendo una tarea solitaria, exclusiva, excluyente, que en nombre del vínculo pone una barrera hecha de libros y especialistas, que deja fuera a familiares, amigos, bueno, a la tribu. Si a ello añadimos las expectativas puestas en mujeres que son también ejecutivas y deben volver rápidamente a la producción, entre la tercerización, la ausencia de instituciones de apoyo accesibles a la mayoría y la renuncia, la depresión posparto y los sentimientos de inadecuación no pueden sorprender.

La crianza colaborativa —que combina la participación de familiares y guarderías— es quizá la mejor opción y requiere fórmulas públicas y privadas de soporte, que terminan produciendo, sin que se dañe el vínculo entre una madre y su niño, individuos independientes, asertivos y dispuestos a explorar la vida.

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