Los resultados de la primera fase de las clasificatorias al Mundial 2026 han dejado a todo el país con una desazón tremenda y el desánimo en un deporte de masas como es el fútbol, transversal a la sociedad, suele tener repercusiones significativas.
Antes del último partido, cuando ya eran escasas las esperanzas de derrotar a Venezuela y cuando el 84% de peruanos, según encuesta de Ipsos para Perú21, desaprobaba la gestión de Reynoso y exigía su salida, en el campo económico la desilusión también se hizo sentir.
Comerciantes de Gamarra daban cuenta de que las ventas de prendas alusivas al fútbol o que llevaban los colores patrios habían caído fuertemente. Y no es difícil imaginar que los centros comerciales y los retails habrán sentido también la pegada. Incluso las empresas auspiciadoras de la Selección llegaron a mostrar abiertamente su desacuerdo en cómo se venía manejando el llamado “equipo de todos”.
El mal sabor que han dejado los seis primeros partidos del equipo nacional en esta eliminatoria –con una pobrísima cosecha de dos puntos– se refleja asimismo en el rechazo que el hincha siente ya por su entrenador, a contrapelo de lo que ocurría con quien lo precedió como DT, Ricardo Gareca, cuya empatía con la afición local era notoria.
No obstante, si se trata de analizar lo sucedido con cabeza fría, es imposible dejar de lado el hecho de que la misma Federación Peruana de Fútbol (FPF) esté encabezada por Agustín Lozano, actualmente investigado por la Fiscalía bajo cargos de enriquecimiento ilícito, como ha venido informando Perú21. Sin olvidar, por supuesto, el escándalo que rodeó a los dos anteriores presidentes de la institución, Manuel Burga y Edwin Oviedo, ambos con sendos ingresos y egresos carcelarios.
Con dirigentes así no es mucho, pues, lo que cabría esperar en cuanto a resultados o mejoras en la realidad de nuestro fútbol, sea en lo que se refiere a campeonatos locales o al trabajo con las divisiones de menores.
Se trata, pues de la Selección Nacional. Los dirigentes deberían tomar nota siempre de lo que piensa la ciudadanía antes de decidir. De lo contrario, terminarán como aquellos políticos que agachan la cabeza cual avestruces y gobiernan sin escuchar el clamor ciudadano, ajenos a los pésimos resultados que obtienen.
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