“Ha sido una de las personas que más he admirado en mi vida. Lo considero una de las personas más exitosas que he conocido. Era feliz, querido”. (FOTO: GONZALO ELÍAS)
“Ha sido una de las personas que más he admirado en mi vida. Lo considero una de las personas más exitosas que he conocido. Era feliz, querido”. (FOTO: GONZALO ELÍAS)

Cuando tenía 17 años, entré, un día, al cuarto de mi hermano y agarré un libro al azar de su librero. Era un libro pequeño, no recuerdo el autor, y en la primera página decía en la dedicatoria: “A José Antonio Schiaffino, cuyo fósforo generoso ayudó a encender una luz que se apagaba en tinieblas”.

Chafi, como le decíamos todos los que éramos cercanos a él, era una de las personas más queridas que he conocido. No exagero. Todos querían ser amigos de él, todos querían estar cerca de él. Hombre bueno, inteligente, pero, sobre todo, de vínculos y afectos.

Tenía un sentido del humor y un carisma que pocas veces he visto. Era realmente simpatiquísimo. Su humanidad y su sabiduría eran un verdadero placer, un aprendizaje constante, siempre en medio de risas y un humor exquisito. Pero lo más grande de Chafi era su nobleza, su corazón.

Ha sido una de las personas que más he admirado en mi vida. Lo considero una de las personas más exitosas que he conocido. Era feliz, querido, tenía una familia hermosa, un espíritu generoso, una mente brillante y un corazón grande.

A los 40 años ya tenía una excelente posición, por su inteligencia y la confianza que generaba en los demás. Pero dejó de trabajar. Entendió, claramente, que la verdadera riqueza estaba en otros lados. Él era un artista, en realidad, un alma sensible. Se dedicó a la escritura, al arte, a su familia y a sus amigos.

Su espíritu, además de generoso, era verdaderamente libre, abierto y de una sensibilidad extraordinaria. Encontraba el arte de Dios en la naturaleza, en los niños, en la amistad, en los afectos y en el sentido del humor. Tuvo cuatro hijos nobles y auténticos como él, una gran mujer como esposa, comunidad y cuatro nietos maravillosos.

Mis hijos han perdido a su abuelo y tendrán una tristeza muy grande. Yo he perdido a uno de mis mejores amigos, a mi segundo padre y a uno de mis más grandes maestros.

Esta columna ciertamente está dedicada a Chafi, pero también a todos los abuelos del mundo, pues, como padre, he podido ver la inmensa bendición que es para los niños tener buenos abuelos.

A pesar de la tristeza, solo siento gratitud y orgullo por haber sido amigo de Chafi y, sobre todo, por el privilegio de que mis hijos sean sus nietos.

“Algún día nos encontraremos todos, desayunados, al borde de una mañana eterna”.

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