"Considero que hay cierta validez en el concepto de “localía”; el “dueño de casa” tiene cierta preferencia sobre los demás, pero eso no significa que tenga derecho de impedirles a otros surfear". (IMAGEN: GONZALO ELÍAS)
"Considero que hay cierta validez en el concepto de “localía”; el “dueño de casa” tiene cierta preferencia sobre los demás, pero eso no significa que tenga derecho de impedirles a otros surfear". (IMAGEN: GONZALO ELÍAS)

En el Perú existe la creencia de que se es clavo o se es martillo. El jueves de Semana Santa estuve corriendo olas con mi hijo de 10 años en Cerro Azul. El escenario, como siempre, pintoresco. El muelle kilométrico, la playa llena de vida y las olas bonitas. Apenas entramos pensé: qué tal “crowd” (hablaré en jerga tablística). Un síntoma más de que somos demasiados en el planeta. Había 40 serfers en el agua.

La gente, como suele suceder, estaba dividida en tres secciones: la de más afuera, donde estaban los principiantes y los monses; la de más adentro (el point), donde estaban los avanzados y unos cuantos angurrientos, y la del medio, donde había poca gente. Mi hijo se ubicó en esta última. Yo decidí simplemente acompañarlo, estar a su lado. Cada vez que entraba una serie (cuatro o cinco olas), se las agarraban, casi siempre, los mismos tres o cuatro que se querían coger todo. La mayoría de ellos locales. Los de más afuera no agarraban nada, estaban flotando como boyas, y más que corriendo olas, parecían estar pescando. En un momento tuve la tentación de cuadrar a los cuatro viciosos que no dejaban que nadie más corriera, podía hacerlo, era más grande y más experimentado que ellos, pero decidí no decir nada y seguir observando. Ver qué hacía mi hijo. Pensé: el local se siente dueño de las olas porque está en “su playa”, se siente invadido. Considero que hay cierta validez en el concepto de “localía”; el “dueño de casa” tiene cierta preferencia sobre los demás, pero eso no significa que tenga derecho de impedirles a otros surfear ni que se olvide que el mar es de todos.

Mientras tanto, mi hijo seguía remando tratando de agarrar algo. Le estaba costando. Realmente éramos demasiados y los más grandes no compartían. Pero la luchaba y, de cuando en vez, se cogía sus olitas. Yo solo atiné a decirle: el serfing es como el mundo de hoy; un gran “crowd” donde tienes que remar por tus olas. Sigue siendo como eres, uno que agarra lo suyo y a la vez comparte con los demás. No te creas ese floro misio de que en esta vida o se es martillo o se es clavo, tan difundido en nuestra sociedad.

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