Audios han puesto en evidencia la podredumbre que se vive en el sistema de justicia. (Perú21)
Audios han puesto en evidencia la podredumbre que se vive en el sistema de justicia. (Perú21)

En esta época de motivaciones verdes —me refiero a la ecología, no a dólares—, las deflagraciones que amenazan los bosques ponen los pelos de punta. Esos pulmones, de los pocos que quedan en nuestro planeta, arden por cuestiones climáticas y, a veces, por manos pirómanas.

Sin embargo, en el caso de las secuoyas, esos árboles gigantescos —pueden llegar a los 100 metros y tener perímetros de tronco de hasta 31— y longevos —algunos llegan a los 3,000 años–, aunque sus semillas no son más grandes que las de un tomate, los incendios permiten que se reproduzcan.

En efecto, los incendios selectivos y controlados permiten generar espacio, revitalizar los suelos y dejar germinar nuevos árboles. Si nunca ocurrieran, la masiva presencia y todo lo que ocurre fuera de nuestra vista —las raíces forman un mundo de entramados tan o más grande que lo que vemos encima de la superficie— se perpetuaría sin cambios.

Es cierto que podría no importarnos si medimos las cosas en lapsos humanos: ni vamos a asistir a la muerte de esas plantas descomunales, ni vamos a ver una secuoya bebé llegar a adulta. Pero a veces hay que actuar de manera tajante si se quiere que las cosas cambien significativamente, que lo saludable se imponga aunque la enfermedad venga de muy atrás y nos parezca lejana.

Lo anterior se aplica al desarrollo humano, pero también a la sociedad, sobre todo una como la nuestra que hoy se enfrenta a un bosque que parece inmortal e inalterable.

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