[Opinión] Aldo Mariátegui: “¡Ay, pero qué borrica!”.  Foto/ Violeta Ayasta @photo.gec.
[Opinión] Aldo Mariátegui: “¡Ay, pero qué borrica!”. Foto/ Violeta Ayasta @photo.gec.

- El axioma de Bayly Para ser rojo hay que ser bruto es infalible: la excongresista Rocío Silva Santisteban es tan ignorante (y poco inteligente) que tuiteó ayer que se han prorrogado unas exoneraciones al IGV y al ISC para beneficiar “a las grandes empresas multimillonarias”. La iletrada no sabe que estos son impuestos pagados por el consumidor final y no por las empresas, que se limitan a cobrarlos para el fisco. ¡Los confunde con el Impuesto a la Renta! Además, esas exoneraciones siempre se dan porque son básicamente para alimentos. Encima, vienen de diciembre con Castillo. Y esta fue congresista y enseña en universidades… ¡Ni Sigrid!

- La última encuesta de Ipsos inquiere sobre la posibilidad de reducir el periodo presidencial de cinco a cuatro años, con 57% de aprobación (Torres sugiere que este recorte venga acompañado de elecciones congresales a medio periodo). En principio, esto podría ser beneficioso: la recomendación de Bedoya, al redactarse la C-78, de bajar de seis a cinco años el mandato fue muy cuerda. Pocos gobiernos democráticos habían concluido antes su periodo y un factor importante fue que llegaban muy desgastados al sexto año, como sucedió especialmente con el primer belaundismo. Y es muy posible que gobiernos flojos o medianos –pero no tan malos– como los de Toledo, Humala y Alan II sean tan pobremente recordados porque también cinco largos años erosionan mucho. El problema de los cuatro años es que a un presidente nuevo le toma el año inicial aprender a gobernar, mientras que en el último año ya está de salida (aparte de que ya empieza, con todos sus “ruidos”, la campaña presidencial), por lo que su ventana de gobierno efectivo es de tan solo dos años. Súmesele a eso una elección congresal a los dos años, con toda la demagogia y parálisis de la inversión consiguientes. Estaría de acuerdo con una presidencia de cuatro años (sin reelección) pero sin elecciones parlamentarias intermedias para evitar que vivamos en una campaña política interminable.