La pandemia y la verdadera globalización. (Foto: Reuters)
La pandemia y la verdadera globalización. (Foto: Reuters)

Por: Pablo Quintanilla

La historia de la humanidad está atravesada por la enfermedad, la guerra y la miseria. Solo recientemente, para algunos pocos, ha aparecido una inédita prosperidad acompañada de paz y seguridad, lo que nos ha hecho creer que ese puede ser nuestro destino. Pues ahora la naturaleza nos ha recordado que seguimos siendo polvo de esta tierra y que toda nuestra ciencia, tecnología y sofisticado orden social pueden colapsar en un instante.

En el pasado, las reflexiones filosóficas sobre las desgracias colectivas solían ser de dos tipos. Algunos –como Voltaire frente al terremoto de Lisboa de 1755– se preguntaban por qué Dios permite el sufrimiento de los inocentes. Otros como Spinoza, Hume o Kant, interrogaban sobre el grado de libre albedrío que tiene el ser humano respecto de las fuerzas de la naturaleza.

Hoy también queremos saber qué consecuencias tendrá un impacto global como el que estamos viviendo. ¿Cómo seremos al salir de esta calamidad? ¿Cómo viviremos, qué pensaremos y cómo cambiarán nuestros valores? ¿Seremos más austeros y discretos, o seguiremos desparramando nuestra frivolidad por todas partes?

El esloveno Slavoj Žižek cree que el coronavirus ha puesto en jaque al capitalismo mundial y podría ser su puntillazo final. El surcoreano Byung-Chul Han opina que el capitalismo seguirá pujante pero en su versión autoritaria china. El israelí Yuval Haravi considera que no hay un liderazgo global que pueda enfrentar situaciones como esta y piensa que se hacen necesarias formas de cooperación que no sean regionales sino globales. Las opiniones menos afortunadas fueron del italiano Giorgio Agamben, quien señaló a comienzos de marzo que todo esto es una gran histeria que solo produciría intervenciones militares e innecesarios cierres de fronteras.

La crisis del capitalismo y su incapacidad para resolver problemas básicos de las mayorías venía evidenciándose desde hace tiempo y, últimamente, se benefició con el desinteresado apoyo de Donald Trump y Boris Johnson. El éxito de China en el manejo de la pandemia podría vigorizar su modelo tipo “big brother” caracterizado por las cámaras de vigilancia, la limitación de las libertades individuales y la primacía del Estado, no solo para proteger el bien común sino también para determinar cuál es el bien común, sin mayores consultas ciudadanas. Esas no son buenas noticias para la democracia. Los países escandinavos también han sido golpeados pero, así como Alemania, han salido mejor librados gracias a su eficiente y altamente extendido sistema de salud pública, pues aunque tienen una cantidad muy alta de infectados el número de fallecidos es asombrosamente bajo, lo que ha conducido a revalorar el estado de bienestar. Esta será una de las lecciones de la crisis, pero vendrá en dos versiones: una autoritaria china y una democrática de perfil escandinavo.

La otra lección es que con la excepción de Alemania y el discutible caso de Francia, el peor manejo de la crisis se ha hecho en el corazón de Europa y en los Estados Unidos. Más aún, muchos de los filósofos con más interesantes análisis no proceden de esos países, aunque todos han bebido de esas fuentes. ¿Eso significa que occidente está pasando por un proceso de letargo de su creatividad como la que en su momento ocurrió en Grecia, Roma o Bizancio? No lo creo. Pero es un hecho que hemos pasado a otro nivel de globalización, que va mucho más allá de las comunicaciones y los virus.

Ahora no son solo los occidentales los que mejor piensan sobre lo que ocurre en occidente, para no hablar sobre la necesidad de pensar acerca de lo que ocurre en el resto del mundo. Por primera vez en la historia todos tenemos acceso a la misma información, lo que ha equilibrado nuestra capacidad de reflexión. Esta calamidad ha marcado el inicio de la verdadera globalización. Con ella no solo la filosofía se ha democratizado, también la salvación. Esto conduce a que no nos hundiremos o salvaremos por regiones, como en el pasado, sino juntos, así como juntos tendremos que pensar cómo podríamos hacerlo.