Adolescente fundó Braigo Labs. (AP)
Adolescente fundó Braigo Labs. (AP)

Entonces, como vimos la semana pasada, los adolescentes tienen mentes lógicamente adultas pero capacidades de control y planeamiento, sobre todo en lo que concierne a la evaluación de riesgos, infantiles. Añadan ustedes hambre de novedad, diferencia y extremos, y podemos comprender por qué muchos padres sienten que viven con el enemigo.

Y hablando de enemigos, los adultos suelen aburrirse de confrontaciones –aunque no parezca en estos días en el Perú– y se cansan de estarse lanzando improperios y golpeándose el pecho, mientras que los adolescentes no regresan a su rutina ni se reinsertan en su grupo de origen, sino que ingresan en territorios ajenos, y, muchas veces, sin necesariamente quererlo, prenden la chispa que va a incendiar la pradera. Se mezclan, entonces, impulsividad, toma de riesgos, deseo de lo nuevo y alejamiento de la matriz de origen.

Para añadir la cereza a esta torta explosiva, un aliciente siempre poderoso al desencadenamiento de despliegues temerarios, es la presencia de… otros adolescentes. No sorprenden, pues, esas trifulcas, piques con motos y autos que se dan casi siempre en pandillas que definen y redefinen espacios propios cerrados a los otros, pero siempre apetitosos para la vocación de conquista. Sí, es lo que todos conocemos como presión grupal, tan poderosa cuando se trata de subastar el valor personal y colectivo.

Una receta complicada, sobre todo ahora que hay tantas ofertas y las hazañas ajenas que emular y superar están a la vuelta de un click, cuando se introduce hormonas cuyos niveles fluctúan locamente en el organismo, sin que existan los contrapesos que las estructuras corticales ejercen sobre la conducta.

¿Panorama sin luces? Tampoco, tampoco. Porque, a pesar o, quizá, gracias a lo anterior, la adolescencia es el periodo de la vida en el que sintonizar con el sufrimiento ajeno y promover futuros ideales parece algo natural, espontáneo y fresco.

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