A las 9 de la mañana, había largas colas de adultos mayores esperando incluso dos horas a que las mesas de votación terminaran de instalarse, señala la columnista.
A las 9 de la mañana, había largas colas de adultos mayores esperando incluso dos horas a que las mesas de votación terminaran de instalarse, señala la columnista.

Tal como ocurre en todas las elecciones, miles de mesas no se instalan a tiempo, los responsables no llegan y los incautos que van con la intención de cumplir temprano con su deber y tener el resto del día libre son “capturados” para convertirse en improvisados miembros de mesa… por el resto del día.

No se entiende entonces que, sabiendo esto, a los adultos mayores, los más expuestos, y que no pueden quedarse como miembros de mesa, se les haya asignado el primer horario de votación. Obviamente, el resultado es que, a las 9 de la mañana, había largas colas de adultos mayores esperando incluso dos horas a que las mesas de votación terminaran de instalarse. ¿Dónde está la lógica?

Estas líneas están siendo escritas cuando, después de haber revisado todas las encuestas, publicables y no publicables, no tengo la menor idea de cuál será el resultado: uno que le dé al Perú la opción de remontar el retroceso en términos de pobreza y desempleo debido a la pandemia, o uno que termine de hundirlo por incapacidad o por la prevalencia de un modelo que solo ha conducido a mayor pobreza y a la destrucción de la democracia a los países que lo han elegido.

No creo que el lunes, en que estas líneas estén publicadas, tengamos un panorama mucho más definido. Y tengo miedo por las consecuencias de este proceso. Sí, ha habido elecciones difíciles; sí, hemos tenido que elegir entre malo y peor (decisión subjetiva), pero al menos se intuía entre quiénes se daría la segunda vuelta. Esta vez, ni siquiera tenemos cómo saber si nuestra asignación del “voto de la resignación” ha sido el que permita salvar la situación en una segunda vuelta.