Foto: PUCP
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No podría dejar de dedicarle esta columna a Javier Neves, quien desde ayer ya no está físicamente con nosotros. Javier fue un capo con corazón; un maestro sin poses, valiente y consecuente. Un militante de lo justo. Siempre me hizo acordar al texto de Antonio Gramsci en el que afirma que odia a los indiferentes y que vivir quiere decir tomar partido: “Quien verdaderamente vive, no puede dejar de ser ciudadano comprometido. La indiferencia y la abulia son parasitismo, son cobardía y no vida. (…) La indiferencia es el peso muerto de la historia…es la fatalidad. Aquello que no se puede contar. Tuerce programas, y arruina los planes mejores concebidos. Es la materia bruta desbaratadora de la inteligencia”. Quienes lo conocimos sabemos bien que Javier nunca fue indiferente, sino todo lo contrario. Su ética fue la resistencia.

Nos conocimos en el Consejo de la Facultad de Derecho de la PUCP cuando él era decano y yo un joven representante del tercio estudiantil. Ahí fue donde en cada reunión lo vi dejar constancia de su calidad humana, inteligencia y coherencia. No recuerdo alguna vez donde no puso a los trabajadores y estudiantes en el centro de sus decisiones que, además, siempre se tomaba el tiempo de explicar. Esa era otra de sus virtudes: sabía persuadir con la fuerza de la palabra y las ideas, y, cuando era necesario, con un humor afilado.

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Hay partidas que vienen ocurriendo estos meses de pandemia, como la de Javier, que me dejan un sabor especialmente triste. Es un quiebre forzado e indeseable. No es el cambio generacional que hubiésemos querido. A muchos de ellos, como a Javier, los necesitábamos por buen tiempo más, para que con su experiencia, compromiso y lucidez ayuden en el camino de tantos de nosotros. Será por siempre uno de mis referentes indispensables, y la suya es una pérdida que sé que comparto con incontables personas más.

Hasta pronto, Javier.