Crecer es producir más y se mide por las variaciones en el PBI o del PBI por habitante. Desarrollar es elevar el bienestar de los ciudadanos y se mide a través de varios indicadores, como la tasa de mortalidad infantil. Se puede crecer sin desarrollar, pero no se puede desarrollar sin crecer. La economía peruana necesita crecer a tasas más altas, pero no como un fin, sino como un medio, que en caso se complemente con otras tareas, pueda llevarnos al desarrollo.

El crecimiento económico se conecta con el desarrollo desde dos canales: primero, financia el gasto público a través de la mayor recaudación tributaria, obtenida del crecimiento; mejorar la forma como el Gobierno gasta es clave. Segundo, genera empleo, aunque el “cuánto genera” dependerá de los sectores que más crezcan y de la existencia de trabajadores con la preparación para los empleos requeridos.

En diciembre de 2018 se proyectó un crecimiento de 4.2% para 2019. Luego, no solo se bajaron los estimados a 2.5%, sino que se dejaron de lado las posibilidades de iniciar reformas que hagan que el Estado funcione y brinde servicios básicos de calidad.

Entre 2003 y 2012, la economía creció más de 6% cada año. Si crecer fuera igual a desarrollar, hoy no se habrían acrecentado los problemas, por ejemplo, de inseguridad ciudadana. La salud y educación básicas serían de calidad, así como la infraestructura y los servicios básicos. Y ello no ocurrió para un gran número de ciudadanos.

¿Moraleja? La calidad del crecimiento importa; el cómo y por qué se crece es tan relevante como el cuánto. Por eso existen países con menores tasas de crecimiento, pero mayor calidad de vida. La obsesión por el crecimiento no debe hacernos perder el objetivo último: las personas.

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