(Foto: FEMA Madre de Dios)
(Foto: FEMA Madre de Dios)

El Centro de Innovación Científica Amazónica CINCIA estimó en el año 2019, justo antes de la pandemia, que un total de 800 km2 de la selva de Madre de Dios habían ya sido devastadas por la minería informal e ilegal de oro. Esa extensión sigue creciendo y lo seguirá haciendo por múltiples razones. La principal es que es un buen negocio; lo que conlleva a una cadena de ilícitos que corrompe todo a su alrededor.

Ahora que el gobierno acaba de fracasar en su iniciativa de gravar más a la minería formal –a la par de acecharla–, deberíamos volver a poner sobre el tapete la condescendencia con esta terrible práctica que envenena nuestra selva sur y la colindante con Bolivia.

En el año 2012, según información de la Sociedad Peruana de Derecho Ambiental, se estimaban en 250 los kms2 afectados por esta ilegal actividad.

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En los siguientes siete años, esa área se triplicó a la luz del informe de CINCIA.

Quien tiene la oportunidad de volar a Puerto Maldonado puede apreciar la magnitud de la devastación. Quienes están en el terreno y riegan o consumen agua de esas cuencas no tienen la oportunidad de ver la cantidad de mercurio que ingieren en sus alimentos y agua.

Miles y miles de envenenados.

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