“Los ciudadanos quieren cambios, crecimiento económico y una sociedad más justa e incluyente, sin extremismos, pero no a cualquier costo”. (Foto por Adriana TOMASA / AFP)
“Los ciudadanos quieren cambios, crecimiento económico y una sociedad más justa e incluyente, sin extremismos, pero no a cualquier costo”. (Foto por Adriana TOMASA / AFP)

En un continente marcado por la influencia socialista/comunista, hace tres años el país más próspero soportó convulsiones sociales callejeras, lo que dañó infraestructura y trastocó la política chilena y latinoamericana. Todo empezó con la subida del boleto del metro. Boric, promotor de esas revueltas callejeras fue elegido presidente, liderando la coalición izquierdista. Como solución a casi todo se pretendía una nueva Constitución (plurinacional) cuyo proyecto de texto amenazaba la institucionalidad, historia e identidad chilena. El 4 de setiembre, esa propuesta radical perdió con un 62% en contra y 38% a favor. Boric no ha podido desvincularse del rechazo ciudadano, pero no ha renunciado al proyecto constitucional.

La izquierda mantiene la hegemonía intelectual, cultural e ideológica, ganando guerra cultural e invadiendo la educación con ideología de género, ecologismo preponderante, y afectando familia, religión, lenguaje. Pretenden un Estado que someta la libertad individual a sus dogmas.

Los ciudadanos quieren cambios, crecimiento económico y una sociedad más justa e incluyente, sin extremismos, pero no a cualquier costo. Las propuestas de la izquierda ‘disfrazaban’ su ideología en el texto constitucional. ‘Incendiaron la pradera’ en 2019, pero los damnificados tras el referéndum fueron ellos; quisieron imponer su visión omitiendo objeciones y el sentir ciudadano.

En medio de una avalancha continental de triunfos electorales izquierdistas, el ‘terremoto sureño’ tras un apabullante rechazo podría tener impacto y generar un cambio de ruta frente a pretensiones de la izquierda continental. Hay una crisis económica que la izquierda profundiza.

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