"Esas son las magias de las madres y los padres, de los líderes espirituales y de los educadores". (Foto. Pixabay)
"Esas son las magias de las madres y los padres, de los líderes espirituales y de los educadores". (Foto. Pixabay)

Hace unos años en una dinámica sobre desarrollo de personas, me preguntaron: ¿eres de una familia holgada? Y previo silencio respondí: estoy asombrado, a mis 58 años nunca he reflexionado sobre eso, sin duda me has hecho una pregunta poderosa. Te cuento que he creído y sentido toda mi vida que lo era, pero —ahora que lo pienso— no he pertenecido a una familia holgada. Y comentando mi respuesta y la venerable estrechez de nuestras familias, él añadió: “lo que pasó, Andrés, es que tu mamá, como la mía, hicieron magia para hacernos creer y sentir que éramos de una familia holgada cuando —en realidad— no lo éramos”.

En la siguiente parte de la dinámica mi compañero y yo concordamos que nuestras magas también nos prepararon para enfrentar una de las dos más importantes funciones del mercado: castigar a quienes no satisfacen las expectativas de los consumidores. Nos dijimos: nuestras magas, una y mil veces, hasta el extremo del tatuaje espiritual, nos machacaron que el único antídoto eficaz contra la irritante ley del mínimo esfuerzo es el bendito mercado, anunciándonos —sin decirlo— que “ahí radica el mecanismo con el que poco a poco se va perfeccionando la calidad de los bienes y servicios a disposición de las personas” (Carlos Alberto Montaner).

Nunca seremos iguales y bienaventurada sea esa grandiosa realidad. ¡Eso es así y punto! Pero: ¿pueden hacer magia con nosotros? ¿Pueden hacernos sentir o podemos sentirnos bien dentro de esa desigualdad? Claro que sí, pueden hacer con nosotros lo contrario del victimismo. Pueden educarnos en el amor propio, parándonos sobre los pies de las oportunidades y pueden también ponernos en situación de paz. Esas son las magias de las madres y los padres, de los líderes espirituales y de los educadores. Esos, los que esculpen escudos autoinmunes sobre los pechos de nuestros niños y jóvenes. Esos son —sin duda— los verdaderos padres y madres de la patria.

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