Un profesor se ha perdido. Entre el delirio del poder y el polvo de la derrota. Se ha perdido entre la inefable locura y una breve dictadura, debajo de millones de votos. Se ha perdido también la utopía, se ha perdido la fe en lo popular.

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En julio de 2021, Pedro Castillo era un profesor con sombrero. Como un cuadro del viejo Mao, llevaba al pueblo campesino al centro del poder. Puso a toda la izquierda a llorar de emoción. Los más progresistas dejaron atrás sus reparos al conservadurismo magisterial. Los más antifujimoristas obviaron el amateurismo y radicalismo que fusionaba el presidente electo. Rápidamente fuimos corroborando cómo gobierna el anti-establishment: metiendo miedo a las élites, mientras repartía el botín del erario público a la representación política de la informalidad-ilegalidad, como si la buena vida se fuese acabar al final del día. Y así fue más temprano que tarde. Armar y rearmar coaliciones terminó siendo trabajo para equilibrista con muñeca política, no para un sindicalista de paro nacional. La confrontación con los rivales y la sobreideologización de sus propios aliados (cerronismo) fueron aislando cada vez más al maestro-presidente. Y, así, en cuatro paredes tomó la decisión más fatal para cualquier político: convertirse en dictadorzuelo. De eso, no se vuelve.

En noviembre de 2023, Pedro Castillo, sin sombrero y encarcelado, intenta infructuosamente construir una narrativa victimizándose. La izquierda hiperideologizada y el sindicalismo más recalcitrante lo acompañan a la distancia. Los primeros, en redes sociales virtuales, elucubran ficciones políticas, cuentos de hadas gramscianos, en los cuales la dictadura fue, es y será siempre de limeñitos. Primera lección: los marginales y simbólicamente débiles no están ajenos a la tentación autoritaria. Los segundos, desde el Perú profundo, acumulan convocatorias a “tomas de Lima” esperando que esta vez sí, hermanito, caiga Dina (Boluarte), pero se chocan con mayorías silenciosas y desmovilizadas (situación que aprovecha con impunidad la actual mandataria). Segunda lección: la desafección política en nuestro país es estructural. A pesar del desprestigio, no estamos ante una derrota definitiva de la izquierda popular más radical. Porque los dirigentes pasan, pero la rabia y la revancha se acumulan, sobre todo si se mantiene el malestar. (Los antifujimoristas pasan piola y nos distraen con otras de sus insufribles batallas morales como las PASO y Lava Jato).

Mientras tanto, una presidenta innombrable viaja como una gaviota. Y a Pedro Castillo ni el recuerdo lo puede salvar.

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