(Foto: SUNAT)
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Sabe que los antónimos son los contrarios. El antónimo de blanco es negro. El de rojo es violeta, porque están en los extremos del arco iris. Verde no tiene antónimo porque está en el medio. Pero si verde significa pase en el semáforo, su antónimo sería el rojo de pare. Rosado sería el antónimo de celeste, porque uno se asocia a niña y el otro a niño. Pero si rosado se refiere a buena salud, su antónimo es pálido. Identificado el antónimo, algo no puede ser su contrario al mismo tiempo. Hasta que llegamos al Perú, donde los impuestos son absolutamente necesarios y, a la vez, totalmente inútiles. Que nuestros impuestos sean contradictoriamente necesarios e inútiles es uno de nuestros aportes a las tribulaciones de la humanidad.

Son necesarios, esto ya lo sabe, para financiar los servicios públicos y los subsidios para compensar desigualdades. En el Perú se recauda poco y es verdad. Pero lo poco que se recauda no se invierte o se gasta mal. Todos los años se incrementan las reservas fiscales (lo que está bien) por la devolución de presupuestos no invertidos por incapacidad (lo que está mal). Otro dato, en los países OCDE la desigualdad es equivalente a la de nuestros países. Sin embargo, esa desigualdad se reduce en 33% luego de que el Estado ha invertido los impuestos. En cambio, en Chile, la desigualdad apenas se reduce en 7% y en el Perú casi nada. La pésima gestión pública hace que nuestros impuestos sean inútiles.

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Entonces, ¿pagamos impuestos porque son necesarios o no los pagamos porque son inútiles? ¿Cómo resolver la contradicción? La manera más sana es que los impuestos vuelvan a ser útiles y eso se logra con gestión pública calificada, a todo nivel. Ahora es una ilusión, pero le aseguro que, cuando se vayan todos (como se quiere) y los que vengan se hayan preparado para gobernar (como también se quiere), tendrán lista una reforma de la gestión pública, porque sin ella no hay manera de que el Estado funcione. La otra reforma que tendrán lista es la tributaria. No hay mucho que inventar. Incorporar a los informales suena bien y es justo, algo se empezará, pero eso tomará tiempo. La recaudación empezará a mejorar con el mejor clima para inversiones y, ojalá, con algún boom de precios internacionales. Pero la reforma apuntará a un mayor control utilizando la big data que la Sunat recibe por los convenios que ha celebrado con casi todo el mundo y a aplicar las normas contra la elusión tributaria para cuestionar estructuras enrevesadas sin razón aparente. Sin secreto bancario y con estructuras legales transparentes, la Sunat sabrá al instante qué tenemos y cuánto ganamos, aquí y en el resto del mundo.

Otro aspecto serán los impuestos que faltan. En países equivalentes existen impuestos al patrimonio, a las donaciones y a la herencia. Si se recauda mucho y si son fácilmente administrables, depende de cómo se legisle. Por ahora, los proyectos del gobierno han sido tan malos que no han prosperado. Pero un nuevo gobierno, con la autoridad política de una reforma previa de gestión pública, los va imponer. Además, rinden frutos políticos, aunque se recaude poco. Lo más prudente será asumir que, tarde o temprano, esos impuestos llegarán. Para estar preparados, hay que ordenar patrimonios e inversiones, las de aquí y las de afuera. Revisar si las estructuras legales son elusivas. Recuperar los impuestos que se pagan en otros países para aplicarlos aquí como crédito. Prepararse para anticipar herencias antes que sean gravadas. Tenga testamentos y nombre albaceas para, cuando llegue lo inevitable, que la herencia fluya sin tropiezos. Esta vez, la Sunat estará cerca de usted.

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Patricia Juarez