"¿Cedemos o qué? Me dirá que no es asunto nuestro, que se peleen las potencias, que por aquí tenemos otros problemas. Es verdad, pero podemos vernos en esos conflictos que parecen lejos”. (EFE/ Stringer).
"¿Cedemos o qué? Me dirá que no es asunto nuestro, que se peleen las potencias, que por aquí tenemos otros problemas. Es verdad, pero podemos vernos en esos conflictos que parecen lejos”. (EFE/ Stringer).

La invasión rusa a es el partido de visita de uno que se jugó de local hace buen tiempo. Gana, o eso se cree, quien instale más misiles nucleares en las narices del otro. En 1962, , entonces la URSS (), intentó hacerlo en Cuba, que está a un paso de los Estados Unidos. Ahora, 60 años después, Estados Unidos (o la OTAN, Organización del Atlántico Norte, que viene a ser casi lo mismo) intenta hacerlo en Ucrania, que está a un paso de Rusia. Pero ya se sabe que ninguna potencia mundial va a aceptar que se instalen armas nucleares cerca de sus territorios. El riesgo de un ataque a sus poblaciones sería muy alto. Si de seguridad nacional se trata, la razón es esa; no hay ninguna otra que valga.

En 1962, detectados los misiles en Cuba, Estados Unidos ordenó un bloqueo para impedir que la flota soviética entregase las cabezas nucleares. Se temía un choque naval y el inicio de la tercera guerra. Sin embargo, faltando poco, la flota soviética dio marcha atrás. El mundo aliviado otorgó mérito a la habilidad de John Kennedy, presidente de los Estados Unidos, y a la magnanimidad a Nikita Jruschov, primer ministro de la URSS. Pero no fue así, hubo una negociación pura y dura. Doy para que des, las dos partes cedieron. La URSS retiraba los misiles de Cuba y los Estados Unidos los que tenía en Turquía, muy cerca de territorio soviético; y se obligaba a no invadir Cuba. Solo que el acuerdo se mantuvo en secreto.

Bajo esos antecedentes, se debió garantizar a Rusia que no se iba a instalar misiles en Ucrania. Despejado este factor, Ucrania habría mantenido su soberanía para incorporarse a la Unión Europea y a la OTAN, como quería. Entonces, los apetitos de Rusia para anexar territorios ucranianos habrían quedado al desnudo, sin la excusa de la seguridad nacional. De esto también hay antecedentes. En 1938, Inglaterra y Francia, para evitar la segunda guerra, aceptaron que Adolf Hitler anexara a Alemania las regiones germanas de Checoslavaquia, conocidas como los Sudetes. El final ya se sabe, Hitler no se contentó, invadió Polonia en 1939 y empezó la guerra. Vladimir Putin, actual presidente de Rusia, repite la historia. En 2014 invade la región ucraniana de Crimea, la anexa. Los demás protestan. Luego Putin apoya militarmente a las milicias separatistas de la región de Dombass que quieren independizar de Ucrania las repúblicas de Donetsk y de Luhansk. Ahora Putin invade todo el país, en una guerra total. Los demás siguen protestando.

Sobre las negociaciones para ceder los Sudetes a Alemania, Winston Churchill dijo: “El que se humilla para evitar la guerra tiene primero la humillación y luego la guerra”. Entonces, ¿cedemos o qué? Me dirá que no es asunto nuestro, que se peleen las potencias, que por aquí tenemos otros problemas. Es verdad, pero podemos vernos en esos conflictos que parecen lejos, porque también tenemos, a nuestro modo, un Estado invadido por corrupción e ineficiencia y unos apetitos insaciables de mafias que han llegado al poder; y, de momento, solo discursos en contra. Aprendamos de 1962, hay que negociar, hablando claro, sin humillaciones. Eso evita guerras.