[OPINIÓN] César Luna Victoria: “Ucronía”. (Midjourney/Perú21)
[OPINIÓN] César Luna Victoria: “Ucronía”. (Midjourney/Perú21)

Los chilenos atacaron la flota peruana por sorpresa, a traición, sin declaración previa de guerra, como después lo harían los japoneses a la flota americana en Pearl Harbor en 1941. Ocurrió en la guerra por la Confederación (Perú - Bolivia, 1836 – 1839), aunque nuestra memoria recuerda más la Guerra del Pacífico (1879 - 1883). Cada una de esas guerras se explica desde la economía, pero empezaron por pasiones mezquinas. En la primera, el proyecto de la Confederación tenía sentido porque Perú y Bolivia habíamos estado unidos políticamente durante el virreinato y nuestras economías estaban fuertemente integradas. La propició Andrés Santa Cruz, presidente de Bolivia. A una parte de los peruanos, los restauradores, no les gusta, dan un golpe de Estado con Felipe Salaverry de líder, empieza la guerra civil, la pierden, se refugian en Chile y le piden apoyo. En Argentina, los unitarios intentan un golpe de Estado contra los federalistas, pierden, se refugian en Bolivia y le piden apoyo. En Chile, los liberales intentan un golpe de Estado contra los conservadores y pierden. Chile culpa a la Confederación de apoyar a los liberales, organiza ese ataque a lo Pearl Harbor, captura parte de la flota peruana, fracasan los diplomáticos y estalla la guerra. La Confederación se enfrentó a una guerra civil en Perú, a una guerra contra Chile (con aliados restauradores peruanos) y a otra contra Argentina. Epílogo: Santa Cruz es traicionado en la batalla decisiva (Yungay); la Confederación se disuelve; Perú paga las indemnizaciones de la guerra; Chile obtiene ventajas marítimas; y Argentina recupera territorio de Bolivia (Salta y Jujuy). La guerra civil en el Perú fue entre los intereses de la élite de la costa más unida a Chile contra los intereses de una élite andina (Cusco y Arequipa) más unida a Bolivia. Fue una, de las tantas veces, en la que los desencuentros entre peruanos nos costaron muy caro.

La otra guerra, la del Pacífico, la perdimos antes de que empezara. El servicio de Inteligencia de los Estados Unidos vaticinó una fulminante victoria de Chile, por la debilidad militar del Perú. Se sorprendieron de que durara tanto, pero eso se explica por el heroísmo de Grau y Bolognesi, y la resistencia de Cáceres. Sin embargo, la verdadera causa de la derrota fuimos nosotros: por incapacidad para gobernarnos, en los cuatro años de guerra tuvimos seis presidentes (Mariano Ignacio Prado, Luis La Puerta, Nicolás de Piérola, Francisco García Calderón, Lizardo Montero y Miguel Iglesias); y por incapacidad de administrar bonanzas económicas, porque durante 25 años tuvimos ingresos fiscales enormes por la exportación del guano y del salitre (1845 - 1870), que se dilapidaron por corrupción y mala gestión. Es cierto que algo de bueno se hizo: se eliminó el tributo a los indígenas; se liberó a los esclavos negros, pero se importaron esclavos chinos; se pagó la deuda pública; se tendieron líneas para ferrocarriles; y se ganó el último combate contra España (2 de mayo de 1866). Para cuando el precio del guano cayó (1872), no supimos reducir el gasto público, empezamos a tomar deuda y, cuando empezó la guerra (1879), ya estábamos en bancarrota financiera. Pudo ser una historia diferente, no habría habido guerra contra Chile o la hubiésemos ganado; Tarapacá y Arica habrían seguido siendo peruanas, quizá Guayaquil también; y parte de la Amazonía no se habría ido al Brasil ni a Colombia. Pero no fue así y ahora, para peor, la estamos repitiendo: dilapidamos el boom de los minerales (2000 - 2014); aunque tenemos una economía pública disciplinada, no alcanza para tanta pobreza y desigualdad; la política es un desbarajuste; y el enemigo crece dentro, como economía criminal, sin policía profesional que nos defienda. Para que la historia sea diferente, tendríamos que entendernos entre costa y el Ande, entre el país urbano y el país rural, entre la economía formal y la economía informal, derechas e izquierdas, liberales y socialistas, todas las sangres. Quizá así merezcamos la historia que aún no ha sido.

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