[OPINIÓN] Gabriel Ortiz de Zevallos: “Desanudando el gordiano”. (Foto: Presidencia de la República)
[OPINIÓN] Gabriel Ortiz de Zevallos: “Desanudando el gordiano”. (Foto: Presidencia de la República)

Si la presidenta Boluarte no se da cuenta de que debió mandar el avión presidencial a Israel de inmediato y no después de que la transportara a Roma, su capacidad para cometer errores políticos no debe menospreciarse. Y si lo que se viene es una economía que recién podría empezar a recuperarse el segundo semestre de 2024, un Fenómeno de El Niño donde los reflectores van a estar donde falló la prevención y una sequía que va a afectar el agro en la sierra, las condiciones políticas pintan muy mal.

El Congreso irá volviéndose más opositor de manera selectiva, pero sin llegar a intentar una vacancia, tal vez sí la censura de ministros durante 2024 y de gabinete cuando ya no se pueda disolver el Parlamento por negación de cuestiones de confianza. Se habrá perdido toda la vergüenza, pero no se va a querer perder ni el poder ni los ingresos que implican sus puestos. Como he señalado en otras columnas, Martín Hidalgo informó hace muchos meses que 91 de los 130 congresistas ganan hoy más del doble del sueldo que recibían antes de ser parlamentarios, ni modo que van a dejar esa y otras gollerías. Además, es clara la intención de buscar expandir el poder de esa extraña coalición hacia otras instituciones del Estado, como la Junta Nacional de Justicia y organismos electorales. Ya la Defensoría del Pueblo pagó pato.

La calle sí se va a poner más complicada, dentro de lo que permita la crisis económica en un país prioritariamente informal y los límites que implica la falta de liderazgos visibles. Protestar compite con comer y requiere que haya al menos una esperanza de mejora. El hartazgo y la frustración, sin embargo, no puede acumularse ad infinitum. Habrá detonantes, ya sean errores políticos como los que vemos hoy, escándalos que nunca faltan, o liderazgos que sí movilizan. El problema es que cuanto más molesta está la gente, más la movilizan las propuestas simplistas y autoritarias.

El tema de inseguridad ciudadana difícilmente va a mejorar, porque se requiere un enfoque más integral que toma tiempo en generar resultados perdurables. Además, si bien la estrategia antiterrorista demuestra el papel primordial que tiene la inteligencia para capturar a los cabecillas, el proceso de sucesión en el crimen es mucho más rápido porque no hay líderes ideológicos. En Sendero Luminoso, Abimael Guzmán era difícil de reemplazar, en la sucursal peruana del Tren de Aragua, no tanto. En el crimen, las sucesiones son a veces generadas entre bandas o por traiciones al interior de una banda. A menos que haya un upgrade muy rápido de la capacidad de toda la cadena Policía-Fiscalía-Poder Judicial-Inpe para poder lidiar con este tipo de delincuencia, resulta difícil pensar que va a haber mejoras sustanciales, por lo que llegaremos a las próximas elecciones con este tema sin resolver.

Los peruanos prefieren la mano dura, aun cuando las soluciones de ese tipo rara vez sirven de manera sostenida. Candidatos mano dura habrá más de uno, de todo el espectro. La opción de izquierda está golpeada, por Castillo, Cerrón y otros, pero la derecha también probablemente lo esté, porque las agrupaciones de centro-derecha en el Congreso opuestas a Castillo han respaldado muchas de las medidas planteadas por Boluarte, incluidos sus viajes al exterior, que cada vez más son vistos como una frivolidad similar a la del Congreso.

Si se agrega además la probable postulación de Keiko Fujimori, no solo porque ella quiere, sino porque quienes quieran postular al Congreso la ven como locomotora eficaz, la polarización que ello garantiza y el amalgamiento de perro, gato y pericote en su contra, en segunda vuelta, no importa contra quién compita, hacen prever que la próxima elección será la enésima repetición del ataque de ansiedad y depresión conjunta. Vayan sacando sus citas y comprando sus pepas.

Desatar estos nudos es el desafío que nos toca en los 30 meses que nos separan de abril 2026, cuando en la memoria del votante, su malestar con Boluarte pesará mucho más que Castillo.

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