La ciudad de Juliaca. (Foto: Shutterstock)
La ciudad de Juliaca. (Foto: Shutterstock)

Edu tiene 23 años y vino a hacer voluntariado en Puno a través de una ONG peruana que encontró googleando. Pagó 400 euros para cubrir gastos de transporte, alojamiento y acompañamiento en uno de los distritos de mayor pobreza. A pocos días de llegar a Lima, viajaba en un bus a Juliaca, donde supuestamente lo iba a recibir el alcalde del distrito pobre al que iba a ayudar. El bus llegó de noche y el alcalde no apareció. Tuvo que llamar a su celular e insistir para que lo recogiera. Lo quisieron convencer de que buscara un hostal en el paradero de Juliaca, pero Edu, que ha vivido en Líbano y viene de recorrer la India entera, supo identificar que no era buen lugar para pasearse con su Mac y cámara profesional en la mochila. Insistió hasta que el alcalde apareció, y le confirmó, como quien no quiere la cosa, que era una zona peligrosa de Juliaca.

Al día siguiente, partieron para el distrito, donde no vive el alcalde, porque, según le dijo, “viven en la edad de piedra”. Al llegar, lo presentó a la comunidad como ingeniero (Edu estudió Relaciones Internacionales) y dijo que había venido para resolver los problemas de la comunidad con recursos de la cooperación internacional, y que iba a filmar videos para pasarlos en televisión española. Edu tuvo que aclarar las cosas. El alcalde lo dejó en la comunidad dos días. Le habían garantizado que tendría acceso a Internet, porque él trabaja remotamente para poder subsistir mientras hace voluntariado. No había Internet ni baños. La comunidad acogió a Edu con todo lo que tenía, pero también haciéndole sentir la presión de todos los problemas y carencias que viven día a día.

Al tercer día, luego de caminar hasta encontrar señal, me llamó para contarme todo esto. A pesar de la estafa de la ONG y del trato del alcalde, Edu quería ver cómo ayudar a esa comunidad al menos con un proyecto de canalización de agua, lo más apremiante de todo. Con pocas expectativas de mi parte, le busqué datos de la universidad cercana con facultades afines al reto, y le advertí que podían no estar funcionando plenamente y que suelen ser burocráticas. Con la mezcla de bondad y terquedad que lo caracteriza, se plantó en la universidad a buscar opciones, y después de varias horas consiguió encontrar y entusiasmar a una profesora de la Facultad de Ingeniería para que sus alumnos visitaran la comunidad para diseñar el proyecto.

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Con ese triunfo a cuestas, partió a Cusco para aprovechar los días hasta la visita a la comunidad de los estudiantes de Ingeniería. Flipó, como dicen allá. Tomó el bus de retorno a Puno para acompañar a los estudiantes en su visita a la comunidad. Le robaron su Mac y cámara profesional, sacándolas de su mochila y dejando el resto intacto; felizmente no perdió su pasaporte. Ni el alcalde ni la ONG hicieron el menor esfuerzo por ayudarlo en el improbable reto de recuperar los casi 3,000 euros que había perdido entre ambos objetos. Edu no es un tipo adinerado, se lo gana trabajando. Me dice que en este mes y medio quienes lo han acogido y ayudado superan con creces a quienes se han aprovechado de él.

Como quiere quedarse más tiempo, identifica una opción para hacer prácticas en una entidad de cooperación, que obliga a él y su familia en España a invertir tiempo y dinero en conseguir distintos papeles. Después de todo el proceso, lo llaman para decirle que su perfil es buenísimo, pero que recién notan que necesitaría una visa de residencia, para lo cual requiere un contrato de trabajo, que es precisamente a lo que está postulando.

Lecciones: no sobran los Edu, pero sí la indolencia burocrática, a veces indignante; y los peruanos buenos abundan, pero cada vez más viven en Pendejerú.

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