El síndrome del nido vacío es una sensación general de soledad que los padres u otros tutores pueden sentir cuando uno o más de sus hijos abandonan el hogar. Aunque es más común en las mujeres, puede ocurrir en ambos sexos.

Este síndrome es universal, pero varía mucho dependiendo del país y de la cultura. Los norteamericanos, por ejemplo, están acostumbrados a que sus hijos se vayan de la casa a los 17 años; se van al college en otro Estado —a cientos o miles de kilómetros— y no vuelven más. Luego, consiguen trabajo y se ven con suerte en las navidades y ciertas ocasiones especiales.

En países como el Perú quizá estamos en el otro extremo. La adolescencia dura hasta los 30 años y es muy común generar hijos dependientes. Por supuesto, también son padres dependientes los que generan hijos castrados.

No es fácil, por supuesto, que los hijos se vayan de casa. Los queremos mucho y una parte de nosotros quisiera que se queden a nuestro lado para siempre. Pero es mucha la gente que cree que uno está obligado a permanecer “apegado” a los padres hasta el final.

No es lo mismo ir a visitar a los abuelos que vivir con ellos. No es lo mismo cuidar a los padres que mantener una relación simbiótica con ellos. Es responsabilidad de los padres entender que los hijos no se traen al mundo para que se ocupen de ellos ni para ser dependientes. Son muchas las personas que viven con miedo de salir, de volar, de no ser lo suficientemente buenos en el mundo. Se someten a las ideas y deseos de sus padres, y esto al final termina enfermando a ambas partes.

Liberarse de un vínculo tóxico requiere fortaleza y apoyo porque genera culpa, una sensación de que se está siendo un malagradecido o un ingrato. La culpa suele ser el arma de manipulación más poderosa.

Separarse de los padres es difícil, dejar volar a los hijos también. Pero si tus hijos encuentran su lugar en el mundo, son autónomos e independientes (sin ser unos desconectados), significa que has hecho un buen trabajo, que todo el amor y recursos que les has dado han dado frutos.

Al árbol se le conoce por sus frutos, dice el refrán. De lo que he visto, cuando los padres son amorosos, pero a la vez capaces de dar alas y buen viento, las relaciones permanecen saludables y gratificantes hasta el final.