(Foto: @photo.gec)
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Lo dije y repito. El año pasado no cayó ningún meteoro en el Perú. Debemos entender que fue producto de décadas de erosión política, institucional y de la responsabilidad y la ética ciudadana. Ahora temblamos mientras las furias se disparan en el país, explicadas por tantas burlas a la esperanza del pueblo, pero obviamente azuzadas por quienes estuvieron y siguen decididos a acabar con la democracia y no dejar el poder mediante la represión, pobreza y desesperación de los peruanos.

En 1992 se inició una dictadura y se capturó a Abimael Guzmán y el 2000 volvió la democracia, no sin muy dura lucha. Hoy, todos los presidentes del Perú están en graves problemas penales. La corrupción mueve a la inmensa mayoría de “políticos” y candidatos, y el caos es una posibilidad real. El daño ya producido es gigantesco y feroz para los más necesitados. No habrá fórmula mágica, por más que lo juren millares de ansiosos de apropiarse de nuestro dinero.

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Pero la última década tuvo una peculiaridad. En 2011, 2016 y 2021 ganaron por pocos votos los contendores de la Sra. Fujimori. El 2016 tuvo control casi total del Congreso, y destruyó al gobierno y a su propia mayoría, propiciando tal deterioro institucional y democrático que en la última elección se prefirió a quien no solamente carecía de mínimas capacidades, sino cuyos pérfidos propósitos ni los ocultó ni dejó de ejecutarlos un solo día. Los votantes fueron acusados de estúpidos, ignorantes, comunistas, vendidos. Supongo que habría una lección: ella no es la solución.

Y llegamos a este punto. Nos negamos a entender, aunque se nos advirtió, que el terrorismo no había desaparecido; solo cambiado de accionar. Y en 20 años dejamos que la corrupción aumentara; los partidos políticos fueran mercados de intereses; no se hicieron las reformas necesarias o fueron pocas e insuficientes; la informalidad creciera; la delincuencia se disparara, y la minería, coca y destrucción en la Amazonía escaparan de todo control. Cierto que la economía prescrita en la Constitución permitió, con impulso de precios internacionales, una reducción sin precedente de la pobreza.

Hoy, todo logro está amenazado o ya afectado, así como el mismo sistema democrático y derechos humanos, la seguridad personal, la propiedad, nuestras convicciones personales y, no nos engañemos más, hasta la libertad y la propia vida. Tuvimos 16 meses para actuar y nos quejamos mucho, pero sin dejar nuestros asientos. No se escucharon mensajes claros de la política y poco o nada de instituciones: colegios de abogados, médicos, ingenieros, grandes gremios empresariales, artistas, universidades y más. Ni siquiera hicimos sonar cacerolas, protesta casera y gratuita. Y lo que no tiene explicación ni recibirá clemencia: la desaparición de los jóvenes. Quizá lo piensen cuando lleguen por ellos.

No digo esto por apego a la autoflagelación. Es lo que vi y veo. Me angustia lo que la subversión terrorista está logrando con su tenacidad y esfuerzo. Pero también lo que millones de peruanos no hicimos y seguimos pidiendo que otros lo hagan. No sé cuál sería la salida, pero no la habrá sin nuestra reflexión y actuación. ¿O para qué nos decimos ciudadanos?

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