[OPINIÓN] Joaquín Rey: “Pero el crecimiento ¡ay! siguió cayendo”. (Midjourney/Perú21)
[OPINIÓN] Joaquín Rey: “Pero el crecimiento ¡ay! siguió cayendo”. (Midjourney/Perú21)

Esta semana Credicorp Capital ajustó su proyección de crecimiento para la economía peruana a un magro 1.3%. De concretarse, este sería el crecimiento más bajo en más de 20 años (excluyendo el 2009 y el 2020, años atípicos por la crisis financiera internacional y la pandemia, respectivamente). Esta proyección podría incluso revisarse a la baja en el futuro cercano. De hecho, esto es lo que ha estado pasando: a inicios de año la estimación de esta institución era de 2.3% y para marzo de 1.8%.

Similar situación se observa con las proyecciones de Banco Central de Reserva, del Ministerio de Economía y Finanzas, y de otras entidades privadas que vienen ajustando sus estimaciones a la baja conforme avanza el año. Todo indica que la tendencia continuará, agravada por la inminencia de El Niño Global.

No faltan quienes —sobre todo desde el gobierno— señalan que, si nuestras cifras se ponen en el contexto regional, la situación no es tan adversa. Pero, tal como señaló hace pocos días Julio Velarde, este es un consuelo de tontos si se considera la paupérrima realidad económica de la región, que representa poco más del 3% del PBI mundial.

La importancia del crecimiento económico no es teórica o abstracta, sino, más bien, muy concreta. En 2022, cuando tuvimos un pobre crecimiento de 2.7% (y una inflación de 8.6%), la pobreza monetaria creció en 1.6 puntos porcentuales. Para este año, aunque la cifra exacta es incierta, es casi un hecho que también tendremos un incremento en el número de compatriotas bajo la línea de pobreza.

Así como la ausencia de crecimiento lleva al incremento en pobreza, lo inverso también es cierto: la manera más efectiva de combatir la pobreza es el crecimiento económico. Así lo demuestra el Banco Mundial, cuyo reporte de evolución de pobreza y equidad en Perú, publicado en abril, estima que el 85% de la notable reducción de pobreza lograda entre 2004 y 2019 se debió al crecimiento económico, y solo un 15% a políticas redistributivas, como programas sociales y transferencias.

Esto no quiere decir que no deban existir políticas públicas destinadas a proteger a los más vulnerables. Estas cumplen un rol fundamental como red de protección temporal. Pero lo cierto es que ningún país ha logrado el desarrollo a través de programas sociales. Todas las naciones que han dejado el subdesarrollo atrás, sin excepción, lo han hecho a través de tasas sostenidas de crecimiento económico.

Es pues evidente que el objetivo que debería buscar el Perú para alcanzar el desarrollo es la promoción del crecimiento. Y el camino a seguir para ello es también evidente: la inversión privada. Esta representa el 80% de la inversión total en nuestro país, y suele ser, además, la más productiva. Particularmente relevantes son los grandes proyectos de inversión que, por su escala, son los llamados a mover la aguja. La buena noticia es que Perú tiene un número no menor de megaproyectos que pueden hacer una diferencia, particularmente en el sector minero. La mala noticia, no obstante, es que muchos de ellos vienen siendo postergados por autorizaciones estatales pendientes.

Este es el caso de la extensión del proyecto Inmaculada, ubicado en Ayacucho, con una inversión de US$4,436 millones; la extensión de la vida de Antamina en Áncash con US$2,000 millones; o el proyecto Magistral también en Áncash, por US$493 millones.

Todos estos proyectos están en la puerta del horno, y con tan solo una aprobación estatal desencadenarán un formidable círculo virtuoso de crecimiento y desarrollo descentralizado. Solo como ejemplo, durante su fase constructiva, la extensión de vida de Antamina generará unos 2,500 puestos de trabajo, aportará unos S/11,000 millones adicionales de recursos fiscales para Áncash en el periodo 2029-2036, y aportará un crecimiento del 22% al PBI regional.

Lamentablemente, hoy no se observa en el Ejecutivo un plan claro para dinamizar estos proyectos tan fundamentales para el país. No se percibe siquiera un sentido de urgencia al respecto.

No sigamos perdiendo oportunidades. Este periodo de relativa calma política debería ser el momento para promover el avance de la inversión privada, que será, en el fondo, el avance de los intereses de todos los peruanos.

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