Foto: Andina.
Foto: Andina.

Desde niños hemos tenido la necesidad de trascender, de marcar diferencias con los demás y distinguirnos del resto. Nuestras vidas están motivadas por el deseo de sentirnos importantes, valorados, apreciados y queridos, para estar bien con nosotros mismos.

Contamos con un indicador biológico que nos permite medir los niveles de valoración que percibimos en nuestro entorno. Se llama “autoestima”. Cuando ganamos, acertamos o llamamos la atención positivamente, nuestra autoestima crece. De lo contrario, decrece.

MIRA: [OPINIÓN] Jorge Lazarte: “¿Y si nos interesamos por los demás?”

La autoestima es como un globo que se infla y desinfla constantemente, en función de nuestros triunfos y derrotas, aciertos y desaciertos; y al inflarse demasiado genera un placer adictivo al que se le conoce como “ego”.

El ego es un exceso de autoestima que nos lleva a alucinar sobre nosotros mismos, a percibirnos mejores de lo que realmente somos, y sentirnos perniciosamente superiores a los demás.

Queremos reencontrarnos con el ego porque es placentero hacerlo.

Pero el placer que produce el ego es efímero y con el tiempo se desvanece, como ocurre con los globos, que van desinflándose poco a poco. Cuando el efecto encandilador pasa, deja tras él una estela de frustración, desasosiego, desgano, desmotivación y depresión.

Para contrarrestar esos pesares buscamos mantener el globo permanentemente inflado, o aplacarlos con alcohol, drogas, pastillas, meditación, terapia o la búsqueda incesante de nuevas experiencias que nos permitan seguir inflando el globo.

Sometemos nuestra autoestima a un vaivén de emociones absolutamente irracionales, que nos empujan a un círculo vicioso de placer y frustración; sin tomar conciencia de que el antídoto contra el veneno de la vanagloria está dentro de nosotros mismos.

Se llama “humildad” y es una decisión voluntaria y racional. No es una virtud. Es un hábito que se adquiere con convicción y perseverancia; que implica enfrentarse a la adicción del ego para sortear sus efectos alucinógenos.

Para ser humilde ayuda mucho ser consciente de que toda gloria es pasajera. Como decía Marco Aurelio, considerar la rapidez con que cae en el olvido todo en este mundo, el inmenso abismo de la eternidad que nos precede y que nos seguirá.

Decidir ser humildes es decidir ser mejores. Pinchar el globo del ego produce una explosión de beneficios que van directo a nuestras venas. Sus efectos no encandilan en el corto plazo, pero nos permiten alcanzar el equilibrio que nuestra autoestima necesita para inmunizarnos contra el placer mundano.


VIDEO RECOMENDADO

Hinchas peruanos alientan a la bicolor desde Paraguay