Abril debía ser un buen mes para el turismo. Con la pandemia prácticamente superada, el turismo receptivo estaba por fin de regreso. Y con la Semana Santa ad portas, muchos destinos iban camino a alcanzar los mayores índices de ocupación de los últimos 2 años. La mesa estaba servida. Sin embargo, en lugar de un escenario de reactivación, lo que encontramos son escenarios de crisis.
Paro de transportistas. Paro agrario. Protestas en diversas regiones. Empiezan a cancelarse las primeras reservas. El presidente reacciona insultando a los manifestantes y luego decide confinar, sin justificación alguna, a 11 millones de personas. Se cancelan más reservas. Masivas protestas, nuevos episodios de vandalismo, 6 muertos. Las reservas siguen cayendo. Para coronar la semana, el premier acapara titulares en la prensa mundial al poner como ejemplos a Hitler y Mussolini. ¿Cuál es la idea, demoler la marca país?
La estadía promedio de un extranjero en la capital es 2 días. El turista que estuvo el 5 de abril, pasó la mitad de su viaje a Lima encerrado, perdiendo reservas de city tours, restaurantes, etc. ¿Imaginan su índice de satisfacción? La Semana Santa representa el 20% de los ingresos anuales de restaurantes, albergues, paradores. Con tanta convulsión y la red vial nacional en estado de emergencia, ¿cuánta gente ya canceló sus viajes? ¿Y cuántos ingresos van a perder artesanos, guías turísticos, taxistas locales, dueños de hostales y restaurantes?
El sector más golpeado por el COVID fue el turismo. Su recuperación no depende solo del Mincetur, se necesita del MTC, Interior, Cultura, Ambiente. El ministro lo sabe. Lamentablemente, nada cambia. Y el Estado, en lugar de ser el gran anfitrión de los turistas, termina siendo el gran escollo. Como dijo un recordado ministro hace varias décadas, que Dios nos ayude.