Cuando todo es noticia en la opinión pública de cualquier grupo humano, grande o pequeño, se genera un efecto inverso en donde el umbral de “lo noticioso” incrementa considerablemente. Esto genera que a un ser humano, receptor de información, se le tenga que someter a formas más intensas y efectistas para que en este se genere algún tipo de reacción, ya sea indignación, odio, cólera u otras emociones u objetivos de recordación.

El consciente e inconsciente colectivo peruano está sedado. Seis años de inestabilidad política, cinco presidentes, una pandemia que dejó sin 2 años de colegio y desarrollo a millones de escolares, niveles de pobreza exponenciales, van dejando huella y generando fenómenos que a veces se encuentran soterrados por la banalidad del día a día.

Nos mueven “realities” sórdidos. El de una señora desbordada de ansiedad y odio que, en medio del Congreso, estruja el brazo de otra congresista mientras su rostro se deforma cual plastilina. Los umbrales se expanden más, cuando vemos como dos agentes de Seguridad del Estado, bajan la cerviz para generar una de las peores imágenes conceptuales que se le recuerda a un presidente peruano.

Ser consciente de estos fenómenos que se generan en opinión pública, es un deber de comunicadores y cualquier ciudadano, pues los verdaderos problemas suelen pasar en silencio. Las MYPES siguen muriendo, mientras bancos como el BBVA aseguran: “siguen implementando medidas” para adecuar un reglamento aprobado en junio. Las pocas instituciones del Estado siguen siendo vulneradas y hay fugas inmensas de cuadros técnicos. La salud mental pende de un hilo, mientras nuestro sistema educativo se enfrenta a los retos de recibir a adolescentes encerrados 2 años.

Abramos los ojos, de cuando en cuando.


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