No nos hace bien a los periodistas hablar de periodistas. Los periodistas deberíamos, y mucho, hablar de periodismo. Discutir, disentir, confrontar sobre los grandes temas que afectan a la gente es enriquecedor. Y es que el periodista trabaja para el público. No lo hace para otros periodistas, y menos debería hacerlo sobre otros periodistas.

Es verdad que a lo largo de los años se han escrito muchos libros sobre la obra de periodistas, pero eso es otra cosa. Consumir el grueso de las energías laborales en auscultar el trabajo ajeno por agendas políticas o egos efímeros es una cosa, y otra resaltar el legado de quienes han marcado la historia del periodismo.

No es sano que la polarización que hoy nos invade también esté arrastrando a una parte importante de los periodistas. La tentación de hablar del colega crece de forma proporcional al aumento de las histerias políticas que llenan nuestros días. Es verdad que no es algo nuevo. Hay incluso libros escritos por periodistas para destruir la competencia. Egos, celos y odios brotan con mucha facilidad de los poros de muchos colegas que creen tener la autoridad moral para demonizar a unos y santificar a otros en función de intereses o afinidades.

El periodismo tiene una esencia. Acercarse lo más posible a la verdad de los hechos, con todo lo que eso implica en el proceso de revelar lo que pasó o lo que está pasando. Su riqueza está, justamente, en los diferentes caminos que se pueden tomar para enfrentarse a esos hechos. Por eso el periodismo es, como diría Ciro Alegría, ancho y ajeno.

El gran público, la razón de ser del periodismo, no es ingenuo. Sabe identificar a quienes buscan torcer groseramente los acontecimientos por soterrados intereses económicos u ocultas agendas políticas o ideológicas.

Hablar solo de periodistas es, justamente, menospreciar a nuestra razón de ser.