Detalles. (Foto: Shutterstock)
Detalles. (Foto: Shutterstock)

En tiempos líquidos como los que vivimos, en el cual las relaciones de consumo se convierten en el denominador social (piense en rentalocalfriend o fiver, aplicativos en los que se ofrecen servicios de amistad a cambio de dinero), es necesario conservar el amor por los detalles. La alegría, la verdadera, se encuentra en darse el tiempo de poder tomar un buen café, leer un libro o simplemente abrazarse con un amigo.

Esto, que parece un cliché, es cada vez menos practicado, especialmente en culturas más individuales y con poco contacto interpersonal. Se ha difundido la idea de que para entretenerse uno debe gastar dinero (o endeudarse con la tarjeta de crédito) en bares y restaurantes y resorts en playas de lujo. Los humanos de la sociedad moderna muchas veces terminan por exponer en el escaparate de las redes sociales su vida personal. Nos hemos vuelto adictos a los likes, a llamar la atención. Inclusive, preferimos a usar filtros para ‘mejorar’ nuestra imagen y así gustarle al público invisible y a los algoritmos. A pesar de que estudios han demostrado que existe una relación entre el suicidio juvenil, la depresión y las redes sociales.

Disfrutar de los detalles, del aquí y del ahora, trata justamente de lo contrario: poner los cinco sentidos en el presente, no pensar en lo que los demás piensan de uno, no construir una falsa máscara para ganarse unos cuantos likes. Me he topado con muchos escritores que alimentan el sentimiento de la envidia. No desperdician un solo momento para criticar a cualquier otro colega, como si la literatura fuera una competencia, una carrera de caballos, una pelea campal de tuits y retuits. La belleza, por el contrario, está en disfrutar el proceso.

En cada relectura de Cien años de soledad, La ciudad y los perros, Corazón tan blanco, La isla del tesoro aparecen nuevos detalles que antes habían pasado inadvertidos. Podemos decir que una vida plena es aquella en la que abundan los detalles buenos: libros, café, vino, música, naturaleza, leales amistades, lazos familiares. Lo demás importa poco. La gran mayoría de personas se envejece sentados en una oficina, acumulando dinero sin saber muy bien para qué. Es más, algunos construyen una reputación profesional que es inversamente proporcional a su vida privada.

La vida no es una competición (qué absurda competición sería porque al final todos los competidores mueren). Nuestro tiempo es limitado y debemos aprender a disfrutar la vida: amar los detalles, amar nuestro maravilloso cuerpo, amar a los demás, sentir empatía. Qué triste aquellos que desperdiciaron su vida odiando a los demás, que usaron su poder para hacerle la vida infeliz al prójimo (que ni conoce), que juzgan a los demás sin ver sus propios vicios, que le hacen daño al otro por ideologías religiosas, políticas y económicas.

Si nos quitamos los disfraces, si nos sacamos las máscaras, si nos desnudamos de las ideologías, los temores y los prejuicios, si abrimos nuestros ojos y vemos los maravillosos detalles que rodean nuestra existencia: la redención de las sonrisas, la belleza del cuerpo ajeno, el amor, la libertad del sexo, la tibieza de las mejillas de los amigos, si somos capaces de recuperar el asombro por lo que nos rodea, el asombro de quien se enamora de una novela por primera vez, seremos capaces de amar la vida, al resto y a nosotros mismos de una manera más plena, más real y más humana.


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