Congreso de la República
Congreso de la República

A casi cinco años de la prohibición de la reelección de congresistas en el Perú, es necesario poner en tela de juicio los resultados de dicha reforma.

La reforma, propuesta por el expresidente Vizcarra, fue sumamente popular. El Congreso de la República siempre ha sido una institución poco querida en el Perú (lo que denota nuestro poco entusiasmo democrático). La gran mayoría de peruanos apoyó el golpe de estado de Alberto Fujimori en 1992, también el cierre inconstitucional de Vizcarra en 2019 y miles de peruanos siguen apoyando, testarudamente, el golpe de estado fallido de Pedro Castillo el año pasado. Lo que quiere decir que, a 23 años de la caída de la dictadura fujimorista, no somos todavía una sociedad realmente democrática.

El congreso es la única institución (en una democracia representativa) que crea las leyes por la que nos regimos todos los ciudadanos. La calidad de las leyes y la representación depende, en gran medida, de nosotros mismos, de la capacidad que tenemos para elegir, como sociedad, representantes que se ajusten al ideal del país que queremos. Esto quiere decir que el fracaso del congreso (como institución) es el fracaso de nosotros como ciudadanos. La reforma de Vizcarra no fue un castigo a la clase política, fue un castigo a nosotros mismos porque nos ha impedido tener un congreso con personas mejor preparadas.

El resultado del referéndum de Vizcarra fue la aceptación de que nosotros, como ciudadanos, no somos lo suficientemente capaces e inteligentes de poder castigar y premiar a nuestros políticos en base a su desempeño. ¿Por qué no mantener a un congresista que haya desempeñado bien su labor? Las grandes democracias tienen representantes con una enorme trayectoria. El ideal de la representación es que los ciudadanos conozcamos a nuestros congresistas. Si cada cinco años debemos elegir una cámara completamente nueva, estamos condenados a ingresar constantemente a una ruleta rusa en la que los costos a pagar son muy altos.

Un político sin experiencia, que no sabe hacer las cosas, es muy costoso para la sociedad. Lo estamos viendo ahora con uno de los peores congresos de nuestra historia. Son personas sin formación política, que son capaces de aprobar cualquier aberración como ley, que sostienen a un gobierno que hace aguas por todas partes solo para seguir recibiendo su salario y que no tienen ningún interés en hacer un verdadero trabajo de representación. Estamos expuestos a seguir teniendo este tipo de personas en nuestras instituciones si no somos capaces de entender que la política, como cualquier otro oficio, requiere de una línea de carrera clara y continua. Lo ideal es que el congresista haya sido gobernador regional antes, este haya sido antes alcalde y, por supuesto, los ciudadanos tengamos la posibilidad de mantenerlos en el cargo si es que hacen un buen trabajo o, por el otro lado, castigarlos con el voto popular si es que nos defraudan.

Se ha presentado una reforma constitucional para que se añada una cámara de senadores. Esta es una propuesta interesante (un milagro que haya salido de este congreso) y, si es que se somete a referéndum, no deberíamos desaprovechar la oportunidad de aprobarla. Una segunda cámara supone un mayor reposo del debate político. Las grandes democracias se toman un tiempo prudencial para poder aprobar o rechazar las leyes. Una mayor reflexión permitirá, casi automáticamente, una mejor calidad de las normas que se aprueben. La segunda cámara también dotará de estabilidad a nuestro sistema porque obligará a modificar el funcionamiento de ciertas figuras jurídicas en el juego de pesos y contrapesos. Por ejemplo, se podría reformar el proceso de vacancia (que es exprés) en un verdadero juicio político en el que el juzgador (el senado) sea distinto del denunciante (la cámara baja). Por otro lado, en caso de cierre del congreso, no se podría disolver el senado. Esto nos protegería ante los apetitos tiránicos de cualquier presidente.

Muchos han criticado el hecho de que este paupérrimo congreso permita que los actuales congresistas, cumpliendo ciertos requisitos, puedan postular al senado. En todo el mundo lo normal es que los senadores hayan sido diputados anteriormente porque, se supone, que es el senado la cámara con más experiencia política. Además, nos olvidamos (nuevamente) que la capacidad de elegir a los nuevos senadores estará, finalmente, en nuestras manos. La responsabilidad de rechazar a los malos políticos es nuestra como ciudadanos. Lo ideal sería que en la nueva cámara todas las regiones tengan la misma cantidad de representantes para evitar el centralismo que supone la cámara única.

Vale la pena hacer esta reflexión. La prohibición de la reelección de congresistas nos ha llevado a tener un congreso de novatos que, finalmente, nos ha terminado costando más porque son ellos quienes regulan nuestra vida, los que determinan nuestros impuestos, los que distribuyen el presupuesto, los que deben hacer las reformas para que el país funcione. Democracias serias requieren de políticos experimentados o, acaso, ¿dejaría su salud en manos de un médico inexperto?

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