El David de Miguel Ángel es una obra maestra.
El David de Miguel Ángel es una obra maestra.

La discrepancia es un derecho inherente de la democracia. Hoy, el derecho a discrepar se encuentra mancillado, por un lado, por quienes irónicamente defienden la libertad de expresión y, por otro, por quienes impulsan el progresismo de lo políticamente correcto.

Hace algunos días, en los Estados Unidos, se llegó a la estupidez de obligar a renunciar a Hope Carrasquilla, exdirectora del Classic School of Tallahassee porque un padre de familia consideró que enseñar el David de Miguel Ángel era un contenido pornográfico. Esto ocurrió en Florida, donde el gobernador republicano Ron DeSantis promueve el pensamiento anti “woke”. Basado en la libertad de expresión, ha censurado que se hable temas relacionados a la comunidad LGTB en las escuelas a través de la campaña Don’t Say Gay, que abiertamente viola los derechos humanos. Ya no es suficiente la comunidad LGTB, ahora también se ataca el arte renacentista.

Está mal que un padre de familia que no conoce de arte, que no es un educador, pretenda imponer su opinión a los educadores profesionales cuyo deber es educar. El problema es que estamos en un tiempo en que se piensa que todas las opiniones son respetables. No es así. Una opinión desinformada puede ser tan mala como una afirmación mentirosa. Una opinión de un fanático se convierte, finalmente, en una imposición. Ya se ven los más de cien tiroteos en escuelas y lugares públicos en Estados Unidos. El día que inició el ramadán, un hombre que pertenecía a una secta religiosa irrumpió el campus universitario donde enseño con un enorme letrero diciendo que los musulmanes, judíos, católicos y homosexuales se iban a ir al infierno.

Cuando las sociedades se polarizan, la opinión informada, argumentada, civilizada y democrática se vuelve difícil. Sí, es posible estar en contra del golpe de estado de Pedro Castillo y al mismo tiempo estar en contra de la represión del gobierno de Dina Boluarte que devino en más de sesenta muertos. La semana pasada escribí una crítica favorable a la publicación de la última novela de Jaime Bayly, eso no me convierte en alguien que esté en contra de Vargas Llosa. En democracia, la discrepancia es un deber.

Por el otro lado, el progresismo de lo políticamente correcto ha empezado a censurar libros que considera ‘ofensivos’. Esto ha sido llamado en el ámbito académico e intelectual como ‘la censura idiota’. Se piensa que el lector es un ente carente de raciocinio, que no puede entender si lo que está leyendo es bueno, malo, moral o inmoral. Los editores, finalmente, optan por el dinero fácil: lanzar el mercado textos edulcorados en lugar de sensibilizar a los lectores. Discrepo, no se debe blanquear a escritores que fueron racistas, homófobos o antisemitas, se los debe mostrar tal cual fueron. Para evitar que vuelvan a ocurrir los hechos repugnantes de la historia de la humanidad, se necesita hablar, leer y educar sobre ellos.

Discrepemos. Es un deber discrepar en los tiempos en los cuales, en defensa de la libertad de expresión y la identidad, se censura, se denigra, se anula y se mata mucho más que en los tiempos de la inquisición.