Libros
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La conocí en una barra de vinos en el banquete de un congreso literario en Corpus Christi, Texas, el año pasado. Su nombre es Claudia y su apellido es, por ende, Cavallin. Venezolana, crítica literaria, profesora de literatura en Oklahoma State University, la otra gran universidad del estado. Por instinto provinciano, o sangue latino, los hispanoamericanos terminamos, como siempre, en la mesa más divertida entre las miradas serias y académicas y graves del resto de los asistentes que, entre otras cosas, no hablaban español. Nos llevamos muy bien enseguida y con Diego, nuestro amigo español especialista en el Siglo de Oro, nos escapamos al museo de Selena Quintanilla. Bien es sabido que cualquier teoría literaria, sea Rama, Cornejo Polar, o Hannah Arendt, siempre es mejor cuando se mezclan con “Como la flor” o se revuelven con “El chico del apartamento 512″.

Tiempo después, recibí algunos ejemplares de mi último libro publicado en España. Le había dicho a Claudia que escriba algunas palabras para la contraportada de este. Atónito quedé cuando me di cuenta del error de la editorial que había escrito mal su apellido, sin la ene final, convirtiendo a mi amiga en una tal señora Cavalli. Mi editora me comentó que no se podía hacer nada para solucionar aquel error porque el tiraje ya estaba impreso y se encontraba en distribución en las librerías y plataformas. Es curioso, cómo de pronto, una señora llamada Claudia Cavalli (y no Cavallin) es la que está en las librerías, usurpando el lugar que yo había destinado para mi amiga. Muerto de vergüenza me hice de perdones y explicaciones ante la verdadera Claudia.

Pensamos en las transmutaciones de nombres de las que todos hemos sido, de alguna forma, víctimas. Los Paules se vuelven Paolos, Pablos, Pablitos; las Cavallin, Cavallis. Hace poco tuve una entrevista con una de las universidades más reputadas del mundo y lo primero que me preguntaron los académicos, con rostro serio, es cómo se pronuncia mi nombre. Cosa complicada eso de los nombres y las identidades en un mundo cuya liquidez se precipita como diluvio. Como bien dice Bauman, todo parece ser fluido, desde lo sexual hasta lo económico. En un mundo líquido, los seres humanos construimos, o nos construyen, una serie de identidades que vamos variando, transmutando, transculturando, conforme nos convenga o nos veamos obligados. El poeta Fernando Pessoa llegó a tener cerca de setenta heterónimos, muchos de ellos con identidades completamente opuestas. Claudia, la verdadera, estudia, entre otras cosas, la literatura de la diáspora venezolana, las fronteras sociales que generan los procesos migratorios, las no-identidades y los no-lugares, por eso le parece divertido tener un alter ego sin ene en el apellido.

Que quede claro: Claudia se apellida Cavallin. No conozco a la señora Cavalli aunque se haya robado las bellas palabras de mi amiga y aparezca en todos los ejemplares de mi libro. O, mejor dicho, que quede claro que quien escribe esas palabras se apellida Cavallin, pero cuyo apellido al viajar a España perdió la ene en algún aeropuerto. O, mejor aún, que Cavalli y Cavallin son la misma persona desdoblada, bilocada (como lo hacían los antiguos santos católicos), en este mundo cada vez más líquido, fluido y móvil. En todo caso, estoy agradecido con todas las identidades de Claudia, las que ella se crea para sí misma, la que la editorial le impuso y las que esta realidad, líquida como las corrientes marinas, le creen en el futuro.

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