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Uno trata de buscar algún sentido lógico a las impredecibles decisiones que toma el gobierno de Pedro Castillo y es realmente complicado; comprender las idas y contramarchas en sus mensajes y decisiones políticas parecería mostrar un instinto de autodestrucción en un precario gobierno que está en los albores de su gestión.

Basta ver los serios cuestionamientos que tienen varios de sus ministros de Estado –esto sin contar el prontuario de varios de ellos– que involucran inclusive a viceministros, directores y funcionarios de alta dirección del gobierno, mostrando la orfandad que existe en Perú Libre y en sus ocasionales aliados políticos para contar con un pool de tecnócratas que mínimamente tengan una hoja de vida decente.

El caso del ministro Maraví es insostenible en el gobierno. Lo venimos anunciando desde esta humilde columna hace dos semanas. El presidente no entiende que expone a su propio gobierno, porque va a llegar el momento de asumir el “costo político” de tener a un miembro del Movadef, con serios antecedentes de haber pertenecido a Sendero Luminoso. Parece que nunca entendió que los ministros son cuadros sustituibles que amortiguan los ataques políticos, cuidando la investidura presidencial.

Es notorio que el presidente evade hablar con la prensa. Parecería que no entiende la importancia de utilizar las ventanas periodísticas que nutren de información al país, más allá de la línea editorial o el direccionamiento que tiene cierta prensa, pero prescindir de ellos significa aislamiento, sabiendo que “la comunicación política” es vital, más aún si se tiene a cuestas la responsabilidad política de un cargo público.

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El mensaje a la nación del presidente, de escasos siete minutos, dejó un mensaje subliminal en el tintero: el explícito respaldo a los ministros y funcionarios cuestionados al soslayar el tema de los cuestionamientos a su gobierno, perdiendo otra oportunidad valiosa para comunicar al país sobre la honestidad y transparencia que tanto pregonó en campaña.

En la izquierda esperábamos la revolución –cambios profundos responsables– y nos encontramos con un endeble gobierno con un mar de contradicciones. Son odiosas las comparaciones, pero Pedro Castillo no es Salvador Allende y menos de la Unidad Popular, a propósito de los 48 años del asesinato y golpe de Estado orquestado por la CIA y con la complicidad de la extrema derecha que irrumpieron en la democracia chilena.

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El gobierno quiere dictarle las preguntas a los periodistas
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