Foto de CLEMENT MAHOUDEAU / AFP)
Foto de CLEMENT MAHOUDEAU / AFP)

La violencia que está viviendo me ha traído a la memoria una película, también francesa, Dheepan, que me dejó impresionada.

Los protagonistas huyen de la guerra civil en Sri Lanka. Para ser aceptados como refugiados, deben justificar ser familia. Literalmente “al paso”, se inventan tres desconocidos, ser esposo, esposa e hija. El estatus de refugiados no les exime de ser acogidos en condiciones realmente deplorables. A punto de preguntarse: “¿Y de verdad, ¿valió la pena huir?” Su final, sin embargo, es feliz.

No parece ser esta la realidad de la inmigración francesa cuyos hijos y nietos franceses se sienten tan discriminados como sus antecesores.

La muerte del chico francés de aspecto marroquí ha sido el detonante de una violencia exacerbada: Más de 3,000 detenciones, de los que un 10%, son menores de edad, e incluso niños (a quienes no se puede detener). Se han asaltado edificios institucionales; atacado en su domicilio a un alcalde francés; miles de automóviles quemados; asaltado tiendas, incendiado autobuses.

Es muy probable que muchos peruanos, al leer estas líneas, se sientan identificados, porque sufrieron, y aún sufren, la misma violencia.

Una violencia que tiene orígenes si se quiere racionales, porque hay razones objetivas de trasfondo, pero que muy pronto deja de tener sentido: cuando se la utiliza como moneda de cambio.

Una vez más, y por mucho que los atacantes piensen que han cumplido su misión destructora y perturbadora, lo cierto es que la violencia por la violencia no genera sino rechazo. No es la mejor manera de resolver conflictos. Ni la del policía asesino (ya en la cárcel) está justificada. Ni la de los asaltantes, que hace tiempo perdieron toda la razón.