(Foto: Congreso de la República)
(Foto: Congreso de la República)

La reforma sobre la inmunidad y otras protecciones funcionales ha quedado en pausa. Un comunicado firmado por el Ejecutivo y el Legislativo informa que “existe unanimidad sobre la necesidad de un debate amplio, reflexivo y plural con la profundidad que amerita una modificación constitucional de esta envergadura, pensando en lo mejor para el país”. La revelación llega a nuestros políticos con retraso. Pero no la hace menos digna de saludo. Bienvenida la sensatez.

Esta pausa, permitida por los vacíos que hay en la regulación sobre referéndums, abre la posibilidad de que la reforma constitucional no se concrete. Venía siendo a la mala y para peor. Algunas reflexiones que deja el incidente:

1. El Congreso no es todopoderoso. Incluso actuando en reforma constitucional, tiene límites. La unicameralidad eleva las exigencias de deliberación. Los derechos y principios constitucionales restringen las opciones.

2. Todo es pasajero. La reforma constitucional no debe responder a la coyuntura, sino a una necesidad real. Quienes hoy son congresistas mañana pueden estar en un gobierno necesitado de estabilidad. O, como ciudadanos, precisar la intervención independiente del Tribunal Constitucional o la Defensoría del Pueblo para garantizar sus derechos.

3. El Ejecutivo debe ser consciente de sus limitaciones. Sin bancada, en un contexto electoral y a un año de terminar su mandato, el recurso de reprimir al Congreso televisivamente para imponer una agenda está agotado. Sin un esfuerzo real de articulación y acuerdo con los grupos parlamentarios, su utilización solo asegura que a la grave crisis sanitaria y económica se le sume una política y legal.

Ojalá la paz sea duradera. Y la razón se imponga entre los maltrechos combatientes.