El sujeto cabalga raudo hacia la línea del horizonte desasido de furias y de penas, no se sabe si tentando un futuro o huyendo del presente al que su pasado lo quiere condenar. Hasta que, en un quiebre de la ruta, la sombra de otra alma fugitiva oscurece su galope bajo la leve ondulación de un saxo que carga el aire de presagios. Y la soledad de quien va del monte / al horizonte // sin manuales de emergencia, recibe de pronto la calidez y rara luz del fuego que nos hace uno con cielo.

Por la ruta del olvido / he encontrado lo perdido, canturrea una voz ralentizada que crepita desde algún promontorio del universo, preguntándose sin desmontar, si el camino no es llegar. Lo sabemos: en el espejo de lo invisible se distingue lo auténticamente propio sobre los escombros de lo ajeno, como en la guitarra de un viejo blusero es posible detectar el ruido del corazón… Porque esto es música y en el azogue (o en el azote) de la música, si se toca la fibra exacta, se refleja el alma perdida que deambula en los bajos fondos de cada ser humano.

En el espejo de la música, decía, más allá la nota perfecta, la palabra deseada, el ritmo sostenido y el ritual propiciatorio, retumba el tambor de lo brutalmente íntimo, aquello que se susurra en la desgarrada nocturnidad de –otra vez– el corazón… aunque aquí el hombre nos recuerda que al final de las horas nos esperará siempre una mañana para volver a empezar.

Cuervos, lluvia y sueños: nunca estaremos mejor que cuando volvemos a ser nosotros mismos.

Este es un disco redondo, como los de antes, si se me permite tan metafísico pleonasmo, de elegante melancolía, pero que igual sabe filtrar la crueldad de las ilusiones y embelesos románticos convertidos ya en pesadillas. Y donde se navega entre aires de country, valse criollo, reggae, corrido tumbao, toques de gospel, sutiles arrebatos tropicales o andinos… y hasta una soberbia lectura de Jorge Eduardo Eielson.

En tiempos en que rueda el hambre / el poder / la mentira / el dinero… este retorno a la sala de grabaciones nos recuerda que, a pesar de las interminables noches oscuras del alma, los jinetes del apocalipsex continúan cabalgando.


Letra, coboyada y música: Pelo Madueño, Apocalipsex (2024)